Sexo, mentiras y cintas de vídeo (1989)

“Sexo, mentiras y cintas de vídeo” es una película que se posiciona como un estudio de personajes más que un thriller, y aunque el ritmo es deliberadamente pausado, resulta ser una experiencia inquietante y fascinante. La dirección de Walter Salles es magistral en su capacidad para construir una atmósfera de tensión latente, utilizando la fotografía de Vittorio Storaro para crear un ambiente opulento y a la vez claustrofóbico. El juego de luces y sombras, junto con la paleta de colores vibrantes, refleja la dualidad moral de los personajes y las mentiras que construyen sus vidas.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Michael Fassbender, en el papel de John, es absolutamente convincente como un hombre atrapado en un ciclo de deseo y desengaño. Transmite una frialdad calculada, una desinhibición que es a la vez cautivadora y perturbadora. Marion Cotillard, como Ann, ofrece una interpretación sutil pero poderosa, transmitiendo una vulnerabilidad que contrasta fuertemente con la aparente seguridad de su matrimonio. El contraste entre la presencia imponente de Fassbender y la delicadeza de Cotillard genera un dinamismo palpable en la pantalla.

Sin embargo, la película se erige sobre un guion que, si bien es inteligente y con un planteamiento interesante, carece de la agresividad narrativa que podría haberla elevado a otra categoría. La historia, centrada en la intriga y las sospechas, se desarrolla a un ritmo que, a veces, se siente excesivamente lento. El flashback a la época universitaria, con la aparición de Graham (Gabriel Byrne), introduce un elemento clave para comprender las motivaciones de John, pero el desarrollo de este subplot, aunque necesario, no logra generar el impacto emocional deseado. La película se beneficia de la ambigüedad, dejando al espectador con preguntas sin responder, pero a veces esa ambigüedad se convierte en una falta de claridad, en un deseo de más profundidad. La exploración de las consecuencias del deseo y el engaño es sólida, pero el guion no profundiza lo suficiente en las razones detrás de las decisiones de los personajes.

A pesar de estas pequeñas fallas, “Sexo, mentiras y cintas de vídeo” es una obra cinematográfica que invita a la reflexión. Es una película que explora la complejidad de las relaciones humanas, la fragilidad de la confianza y las consecuencias de nuestras propias acciones. Es un drama psicológico con toques de thriller, que permanece en la memoria del espectador mucho después de que los créditos finales hayan aparecido. La película no ofrece soluciones fáciles ni juicios morales; simplemente presenta una situación en la que las líneas entre el bien y el mal se desdibujan, obligando al público a cuestionar sus propias convicciones.

Nota: 7.5/10