“Shacky Carmine” es una película que, en lugar de lanzar un manifiesto sobre la vida en la movida madrileña, opta por un retrato crudo y, a veces, desconcertante de la ambición y el fracaso. La historia, que se centra en un grupo de rock independiente salmantino llamado Shacky Carmine, no busca glorificar el estrellato musical, sino mostrar la brutalidad de las aspiraciones, la vulnerabilidad y la desilusión que acompañan a la búsqueda de la fama en una ciudad como Madrid.
La dirección de Juan Carlos Cueto, a pesar de la atmósfera densa y melancólica que consigue construir, parece, en ocasiones, un poco lenta y contemplativa. No se apura en exponer la decadencia, permitiendo a los personajes vivir en un estado de limbo que, aunque realista, puede resultar a veces tediosa. Sin embargo, el uso de la luz y la sombra, junto con una banda sonora que refleja la angustia y la esperanza de los protagonistas, contribuye a una experiencia visualmente rica y evocadora. Cueto evita la grandilocuencia, mostrando los pequeños momentos de lucidez, la tristeza y la camaradería que contrastan con la creciente oscuridad.
Las actuaciones son, en general, sobresalientes. El protagonista, interpretado por Pablo Molinaro, transmite con una autenticidad admirable la evolución de un joven músico que, impulsado por la ilusión, se ve arrastrado por una espiral de autodestrucción. La química entre los miembros del grupo – especialmente entre Molinaro y el resto de integrantes – es palpable, y se siente la frustración compartida que los une. Marta Mazon, como Lucía, la chica de la peña, aporta una dosis de frescura y cierta lucidez, actuando como un punto de equilibrio en medio de la creciente desintegración del grupo.
El guion, escrito por Cueto, se caracteriza por su economía narrativa. No se recarga de diálogos expositivos, sino que confía en la puesta en escena y en los gestos de los personajes para revelar sus motivaciones y sus conflictos internos. La película no da respuestas fáciles y se limita a mostrar las consecuencias de las decisiones individuales. La corrupción, la violencia y las drogas no son presentadas como la solución a los problemas, sino como síntomas de una sociedad desorientada y una forma de escape autodestructivo. La película ahonda en la problemática de la identidad en un entorno urbano hostil y la dificultad de mantener los sueños intactos.
“Shacky Carmine” no es una película que te enamore a primera vista. Requiere paciencia y una cierta predisposición a conectar con la melancolía y el desencanto. Sin embargo, si te permites sumergirte en su atmósfera, te ofrece una visión inquietante y honesta de un momento crucial de la historia española y del nacimiento de una subcultura underground.
Nota: 7/10