She's Mine (2018)

“She’s Mine” es una película que se instala en la mente con una persistencia inquietante, un ejercicio de atmósfera opresiva donde el horror se construye más a través de la sugerencia y el ambiente que con sustos baratos. La dirección de Sean Branagan es, en esencia, la pieza clave de esta experiencia cinematográfica. Evita el melodrama gratuito, optando por una fotografía sombría y un uso del espacio que resulta claustrofóbico, incluso en las escenas que aparentan tener amplitud. El director aprovecha al máximo la luz tenue, los ángulos de cámara incómodos y las composiciones deliberadamente desequilibradas para transmitir la creciente desesperación y el desorden mental de su protagonista. No hay trucos visuales grandilocuentes; la fuerza reside en la precisión del detalle, en la sensación de que cada fotograma está cuidadosamente orquestado para despertar la tensión y la incertidumbre.

Ashlee McLemore ofrece una actuación sobresaliente, dotando a su personaje de una vulnerabilidad palpable y una creciente locura que es profundamente convincente. Su interpretación, lejos de ser convencional, se centra en la sutil transformación de una chica normal en una figura consumida por la obsesión. Ella no recurre a gestos exagerados o a expresiones faciales dramáticas; en cambio, transmite la evolución de su personaje a través de miradas vacías, movimientos torcidos y un silencioso descenso a la autodestrucción. Es una actuación que resuena, que te hace sentir la angustia silenciosa que la carcome. La química entre McLemore y Jacob Elam, quien interpreta al compañero de instituto, es sutil pero efectiva, intensificando la dinámica de deseo y control que impregna la historia.

El guion, coescrito por Branagan y el propio McLemore, es donde la película alcanza su punto más fuerte, aunque también donde podría haber tenido margen para expandirse. La historia, centrada en la obsesión de un joven por una compañera de clase, está contada con una economía de medios que, a primera vista, podría parecer una limitación. Sin embargo, esa concisión sirve para profundizar en los aspectos psicológicos del personaje y en la naturaleza destructiva de sus impulsos. La película se enfoca en la disonancia entre la atracción superficial y el anhelo insaciable, explorando la forma en que la fantasía puede distorsionar la realidad y conducir a consecuencias devastadoras. La ambientación en un instituto anodino, a menudo olvidado, añade un componente extra de inquietante familiaridad, reforzando la idea de que la obsesión puede florecer en los lugares más inesperados. A pesar de su duración relativamente corta, el guion presenta dilemas morales complejos y plantea preguntas inquietantes sobre la naturaleza del deseo y el control. No obstante, la película podría haber explorado más a fondo las razones subyacentes de la obsesión del protagonista, enriqueciendo así la profundidad de la narrativa.

En definitiva, “She’s Mine” es una película perturbadora, una pequeña joya del terror psicológico que se quedará contigo mucho después de que el telón caiga. No es un espectáculo de efectos especiales, sino una experiencia íntima y angustiosa que demuestra el poder del cine para explorar las zonas más oscuras de la psique humana. Es un trabajo ambicioso y deliberado, que se beneficia de la dirección precisa de Branagan y de la actuación cautivadora de McLemore.

Nota:** 8/10