“Shiloh II, el Regreso” no es, precisamente, una secuela que logre el lustre de la original. Después del éxito innegable de “Shiloh”, un drama animal profundamente emotivo y centrado en la conexión entre un hombre y su perro, la segunda entrega, dirigida por James L. Brooks (sí, el mismo que nos regaló la primera), se siente a veces como un ejercicio de nostalgia más que como una historia verdaderamente nueva. El film, que se centra en la complicada relación entre Marty Peterson y Shiloh, después de que éste haya escapado y vuelva a caer en manos de Judd Travers, se abre a un territorio narrativo que, aunque no carente de potencial, termina siendo un poco confuso y, en general, menos impactante.
Brooks, en su tercera incursión en el cine animal, demuestra una habilidad innegable para capturar la vulnerabilidad y el instinto de Shiloh. La película, en gran medida, se basa en el lenguaje corporal y la interpretación de la propia Shiloh, así como en la dirección de fotografía, que utiliza la luz natural para crear un ambiente cálido y acogedor. Sin embargo, a pesar de este apartado técnico, la película sufre un problema fundamental: su guion. A diferencia de la primera entrega, que se mantuvo fiel a la esencia de la novela de Phyllis Reynolds Naylor, “Shiloh II” se desvía considerablemente de la trama original, introduciendo elementos superfluos y personajes secundarios que no contribuyen significativamente a la historia principal. El conflicto central –la lucha de Marty por recuperar a Shiloh– se diluye en un mar de subtramas que, en lugar de enriquecer la narrativa, la hacen menos enfocada y más desordenada. Además, las secuencias que intentan desarrollar la psicología de Judd Travers, el antiguo dueño de Shiloh, se sienten superficiales y poco convincentes, reduciéndolo a un antagonista caricaturesco.
Las actuaciones, en general, son sólidas. Kyle MacLachlan, quien interpreta a Marty Peterson, ofrece una interpretación conmovedora, transmitiendo con autenticidad la desesperación y el amor que siente por Shiloh. El propio Shiloh, interpretado por un canafrentista, nuevamente, está magníficamente entrenado y su comportamiento en pantalla es creíble, logrando establecer una conexión emocional palpable con el espectador. No obstante, la falta de profundidad en los personajes secundarios, incluyendo la esposa de Marty (interpretada por Susan Griffiths), dificulta la creación de un universo narrativo más rico y complejo.
“Shiloh II, el Regreso” no es un fracaso absoluto, pero tampoco es una secuela que justifique la expectativa generada por su predecesora. Aunque el film mantiene la sensibilidad que caracteriza a la obra de James L. Brooks, su guion defectuoso y su exceso de subtramas lo condenan a ser una experiencia menos memorable. Se siente como una oportunidad perdida para explorar la complejidad de la relación entre un hombre y su perro, y, en lugar de fortalecerla, la diluye en un torbellino de problemas ajenos. Es un ejercicio de cine animal, sí, pero carente de la resonancia emocional y la honestidad que hicieron que "Shiloh" fuera un clásico.
Nota: 6/10