“Shock Treatment” (1992) es una película extraña, desconcertante y, paradójicamente, sorprendentemente fascinante. No se trata de una comedia romántica convencional, ni mucho menos de una sátira social brillante. Más bien, es una experiencia cinematográfica que te obliga a cuestionar la propia naturaleza del entretenimiento, la manipulación y la búsqueda de la felicidad. La cinta, dirigida por el controvertido Robert Miró, explora la decadencia de un matrimonio y la promesa engañosa de una “solución” a través de un programa televisivo de realidad radicalmente artificial.
La premisa, aunque extraña, se sostiene gracias a una dirección visualmente audaz y perturbadora. Miró no se conforma con la estética kitsch y extravagante que podríamos esperar de un show de televisión. Utiliza un lenguaje visual que oscila entre el surrealismo y el horror, jugando con colores vibrantes, encuadres imposibles y una puesta en escena que parece a punto de desmoronarse en cualquier momento. La iluminación, en particular, es crucial, creando atmósferas opresivas y casi claustrofóbicas que reflejan el deterioro emocional de los protagonistas. La película se siente constantemente al borde de la locura, y esa sensación de inestabilidad se transfiere directamente al espectador.
Las actuaciones de Michael Egan y Charlotte Gainsbourg son, en general, sólidas, aunque a veces se ven limitadas por la naturaleza del guion. Egan, como el marido, ofrece una interpretación cautivante, transmitiendo la frustración y el vacío de un hombre atrapado en una rutina insatisfactoria. Gainsbourg, por su parte, aporta una fragilidad y una vulnerabilidad que contrastan con la aparente superficialidad del programa. Sin embargo, es difícil negar que el guion, escrito por Miró y Juan Antonio Bayes, es su mayor debilidad. La trama, centrada en la creciente manipulación y el control psicológico ejercido por el “científico” del programa, se vuelve repetitiva y, en ocasiones, inverosímil. El ritmo es desigual, alternando momentos de tensión intensa con secuencias de diálogo aburridas y explicaciones demasiado didácticas.
A pesar de sus defectos narrativos, "Shock Treatment" posee una fuerza y una originalidad que la convierten en una película memorable. La película no ofrece respuestas fáciles ni conclusiones definitivas. En cambio, nos obliga a confrontar la idea de que la felicidad puede ser una construcción artificial, un producto del entretenimiento y, a menudo, del control. La película es una advertencia sobre los peligros de buscar soluciones simplistas a problemas complejos y una reflexión inquietante sobre la naturaleza de la autenticidad. Es, en definitiva, una experiencia cinematográfica desafiante que permanecerá en la mente del espectador mucho después de que los créditos finales hayan rodado.
Nota: 7/10