“Si Yo Fuera un Hombre” es, en su esencia, una película profundamente personal y perturbadora, que se aferra a la duda y la incomodidad más que a la narrativa convencional. La historia, centrada en Jeanne, una mujer recientemente divorciada y sumida en un amargo desencanto con la masculinidad, se abre a un experimento radical: pasar un día transformada en hombre. La premisa, aunque inicialmente atractiva y sugerente, se convierte en un vehículo para explorar las complejidades de la identidad, el deseo y la percepción social. No es una película que ofrece respuestas fáciles, sino que, por el contrario, amplifica las preguntas incómodas sobre lo que significa ser hombre, ser mujer, y cómo esas categorías a menudo se imponen a nosotros.
La dirección de Sophie Lefretien es precisa y sutil, priorizando la atmósfera y las miradas sobre el diálogo. La película se construye a base de silencios, de miradas que revelan más de lo que se dicen verbalmente. Hay un uso inteligente de la cámara, que a menudo se enfoca en los detalles: las manos, los gestos, las expresiones faciales, para subrayar la transformación interior de Jeanne. El estilo visual es austero, casi documental en ocasiones, lo que refuerza la sensación de que estamos presenciando un evento real, aunque, por supuesto, sea producto de la imaginación. La música, discreta y melancólica, contribuye a crear una atmósfera de introspección y desasosiego. No es una película que te arrulla; es una experiencia que te exige participación y que te deja con un sabor agridulce.
Las actuaciones son excepcionales. Isabelle Toucas ofrece una interpretación impecable como Jeanne, transmitiendo con una convicción total su desilusión, su frustración y, finalmente, su cautivación. No se trata de una transformación física grandilocuente, sino de una sutil pero palpable metamorfosis en la forma de actuar, de mirar al mundo, de interactuar con los demás. La película se beneficia enormemente de estas pequeñas diferencias sutiles, que revelan la complejidad de la experiencia. El resto del reparto, aunque con menos tiempo en pantalla, contribuye a construir un mundo creíble y lleno de matices. La película se centra en la dinámica entre Jeanne y sus compañeros de piso, y sus interacciones resaltan la forma en que las expectativas de género moldean nuestras relaciones. Aunque algunos personajes son estereotipados, se utilizan como espejos para examinar las tensiones de género subyacentes.
El guion, firmado por Sophie Lefretien y Benoît Dautrait, es lo más discutible de la película. En ocasiones, la historia se siente un poco forzada, como si la premisa se utilizara como un pretexto para explorar temas complejos sin abordar necesariamente las implicaciones éticas o psicológicas de la experiencia de Jeanne. Sin embargo, la película logra mantener el interés del espectador gracias a su enfoque en las consecuencias emocionales y sociales de la transformación. La película no pretende ofrecer una conclusión definitiva, sino que se limita a presentar un dilema, dejando al espectador con la tarea de reflexionar sobre las motivaciones de Jeanne y las implicaciones de su elección. Es una película que te invita a cuestionar tus propios prejuicios y a considerar la posibilidad de que las categorías de género sean más fluidas de lo que pensamos. La ambigüedad deliberada es, en última instancia, una de sus mayores fortalezas.
Nota: 7/10