Siempre hace buen tiempo (1955)

“Siempre hace buen tiempo” (A Good Day to Die) no es una película que impacte con estallidos de drama o giros argumentales espectaculares. Es una película meditativa, deliberadamente lenta y en su construcción, que busca explorar el peso del tiempo, las oportunidades perdidas y la naturaleza de la amistad a lo largo de décadas. La dirección de Stephen Frears es sutil y precisa, optando por un estilo visual que imita la poética melancólica de una fotografía en blanco y negro. Evita los grandilocuentes flashbacks y las expresiones exageradas, concentrándose en la atmósfera y en los pequeños detalles que revelan la evolución de los personajes.

El núcleo de la película reside en las actuaciones de Colin Firth, Bill Murray y James Garner. Firth, como el pragmático y cicatrizado Henry McCarter, ofrece una interpretación especialmente conmovedora. Su personaje, un hombre que ha vivido una vida ordinaria y sin grandes aventuras, se enfrenta a la realidad de su propia mediocridad. Murray, por su parte, aporta su característico humor ácido y a veces irónico, logrando equilibrar la seriedad del drama con momentos de alivio cómico. Sin embargo, es Garner quien, quizás, ofrece la interpretación más matizada, capturando la tristeza y la arrepentimiento de un hombre que ha sido víctima de la suerte y la inacción. La química entre los tres actores es notable, y la paciencia con la que construyen su relación de amistad a lo largo de la película es fundamental para el éxito del relato.

El guion, adaptado de la novela homónima de Robert Daley, no intenta ofrecer respuestas fáciles o soluciones definitivas. En cambio, plantea preguntas profundas sobre la vida, la muerte, el arrepentimiento y el valor de las relaciones. La narrativa se centra en los recuerdos fragmentados y las conversaciones honestas, permitiendo al espectador imaginar la vida de cada personaje en sus propios términos. Si bien el ritmo pausado puede resultar lento para algunos, es precisamente este ritmo lo que permite desarrollar la profundidad emocional de la historia. El guion explora con delicadeza la idea de que, a veces, es mejor haber vivido una vida sencilla y tranquila que arrepentirse de las oportunidades que no se aprovecharon. No hay redención fácil ni finales felices; la película se conforma con mostrar la belleza y la tristeza de la vida tal como es.

La película evoca un sentido de nostalgia por una época pasada y por la inocencia de la juventud. El tema del tiempo es omnipresente, no solo en la relación de los personajes, sino también en la forma en que cada uno recuerda su pasado. Frears logra transmitir la sensación de que el tiempo es un río que fluye inexorablemente, arrastrando consigo las oportunidades perdidas y los sueños incumplidos. “Siempre hace buen tiempo” no es una película fácil de ver, pero sí es una película que te hace pensar. Es un recordatorio de que, a veces, lo más importante no es lo que hemos logrado, sino con quién hemos compartido nuestro tiempo.

Nota: 7/10