“Siete días y una vida” (Seven Days in September) no es un melodrama fácil, ni una comedia sentimental en el sentido tradicional. Es una película dura, por momentos visceral y profundamente conmovedora, que explora el impacto devastador del acoso escolar, la culpa, el perdón y la búsqueda de la verdad. Angeline Jolie ofrece una interpretación magnífica como Lanie Kerrigan, una reportera de periódico de Chicago que, con una vida aparentemente perfecta, está devastada por el recuerdo de un incidente traumático de su adolescencia. No se trata de una heroína convencional; Lanie es imperfecta, vulnerable y atormentada, lo que la hace extraordinariamente humana y, por ende, mucho más identificable para el espectador.
La dirección de Jean-Pierre Jeunet es, como de costumbre, exuberante y visualmente impactante. Su paleta de colores, particularmente el uso del rojo, evoca constantemente el trauma que Lanie intenta enterrar. La fotografía es preciosa, creando atmósferas vibrantes que contrastan con la oscuridad emocional de la historia. Jeunet logra un equilibrio entre lo nostálgico y lo inquietante, utilizando detalles visuales para reforzar el impacto de la narración. No se conforma con mostrar el dolor, sino que lo explora a través de la lente de la memoria, la perspectiva y el recuerdo.
La película no se centra únicamente en Lanie, sino que construye un universo secundario rico en personajes complejos. La historia se ramifica a través del tiempo, mostrando las vidas de los tres jóvenes involucrados en el evento traumático de la adolescencia: un compañero de clase, un popular y el líder de la banda. Cada uno de ellos, con sus propias heridas y responsabilidades, aporta una capa adicional de complejidad a la trama. Los actores, incluyendo a Jérémie Renier, Sandrine Bonnaire y Pio Marmaura, ofrecen actuaciones sólidas y matizadas, dando vida a personajes que no son simplemente víctimas o villanos, sino seres humanos con sus propias historias.
El guion, adaptado de la novela de Walter Salles, es inteligente y sutil. Evita caer en simplismos y clichés, ofreciendo un retrato honesto y sin adornos de las consecuencias del acoso escolar. La película no busca ofrecer respuestas fáciles o juzgar a los personajes. Más bien, se centra en el proceso de autodescubrimiento y la búsqueda de la verdad, incluso si esa verdad es dolorosa. La estructura no lineal del relato, saltando entre el presente y el pasado, obliga al espectador a reconstruir la historia y a empatizar con cada uno de los personajes. Es una película que te lleva a reflexionar sobre la responsabilidad personal, el poder del trauma y la importancia del perdón, no solo hacia los demás, sino también hacia uno mismo.
En definitiva, “Siete días y una vida” es una película desafiante y profundamente emotiva, que demuestra la maestría de Jean-Pierre Jeunet y el poder de la narrativa cinematográfica. Es una historia que permanece en la memoria mucho después de que los créditos han finalizado, generando un debate sobre la naturaleza humana y la importancia de recordar el pasado para construir un futuro mejor.
Nota: 8.5/10