Sigamos la flota (1936)

“Sigamos la flota” (Let's Get It On) es una película de 1978 que, a primera vista, podría parecer un simple melodrama musical sobre el amor y la vida en el puerto de San Francisco. Sin embargo, bajo la superficie de sus vibrantes números musicales y sus impresionantes vistas costeras, se esconde una película compleja y, sorprendentemente, inquietante. La dirección de William Friedkin, maestro de “El Exorcista”, es lo que realmente eleva esta producción y le da un toque de ambigüedad moral que la hace tan atractiva como problemática.

Friedkin no se limita a filmar canciones; explora las dinámicas sociales y los conflictos internos de sus personajes con una frialdad deliberada. La cámara, a menudo observadora e impasible, se mantiene a distancia, casi como si fuera un testigo invisible de las pasiones y los fracasos de los protagonistas. Esta distancia le permite a Friedkin presentar la realidad sin juzgar, forzando al espectador a confrontar las consecuencias de las decisiones de los personajes y a cuestionar sus propios valores.

El reparto es excelente, con destaque para Oliver Reed como Bake Baker, un marinero charlatán y empedernido tramposo. Reed entrega una interpretación descarada y, a veces, exasperante, capturando a la perfección la ambigüedad moral de su personaje. Gene Kelly, en un papel inesperado, aporta una elegancia y un magnetismo innegables como el capitán Bill “Slappy” Johnson. El romance entre Connie y Bilge, interpretado por Warren Oates y David Hemmings respectivamente, añade una capa de vulnerabilidad y melancolía a la narrativa, mostrando un lado menos ostentoso de la vida portuaria.

Sin embargo, es el guion lo que realmente destaca. La película no cae en clichés sentimentales ni en simplificaciones morales. Los personajes son complejos y falibles, y sus relaciones se construyen sobre la decepción, el engaño y la ambigüedad. La trama avanza con una lentitud deliberada, permitiendo que los conflictos se desarrollen con naturalidad. La película no ofrece respuestas fáciles; simplemente presenta las consecuencias de las acciones de los personajes y deja al espectador que saque sus propias conclusiones. La banda sonora, compuesta por Jim Bond, es, sin duda, un elemento crucial, reforzando la atmósfera y contribuyendo a la emoción de la película. No obstante, a veces, la música, especialmente en las escenas más dramáticas, podría parecer un tanto recargada y artificial.

La película, aunque a veces lenta y deliberadamente desafiante, posee una fuerza innegable. Es un retrato crudo y realista de la vida en el puerto, pero también una meditación sobre el amor, la traición y la búsqueda de la felicidad. Es una obra que permanece en la mente mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar.

Nota: 7/10