“Sight” no es un melodrama sentimental en el sentido tradicional. Es una película que se instala en la memoria, un retrato inquietante de la carga del trauma y la búsqueda de redención, aunque la redención no venga en forma de un final feliz. La dirección de Barry Levinson es sutil pero efectiva; logra un tono de incomodidad constante, no mediante sobresaltos grandilocuentes, sino a través de la meticulosa construcción de la atmósfera y la paleta de colores. El uso del blanco, el gris y el azul en la India contrasta fuertemente con los colores vibrantes y, a veces, caóticos del China de la época, creando un poderoso efecto visual que refuerza la experiencia interna del protagonista.
Jean-Pierre Léaud, en un papel que podría haber sido abrumador, ofrece una actuación absolutamente brillante. Su Ming Wang es un hombre profundamente marcado, un tipo taciturno y con la mirada siempre desviada, lo que se debe en gran parte a la magistral dirección de Léaud, que transmite a la perfección la desconfianza, el miedo y el dolor enterrado bajo la superficie. No es un héroe clásico; es un hombre torturado por su pasado, atormentado por la pérdida de sus padres y las atrocidades que presenció durante la Revolución Cultural. Su evolución, lenta y pausada, es el corazón de la película. No se trata de una transformación dramática, sino de una lenta y dolorosa confrontación con el pasado.
El guion, adaptado de la novela de Jean Mersch, se aleja de la narrativa lineal y se adentra en la psique de Ming Wang. La historia de la huérfana india, utilizada como catalizador de su misión, es secundario. Lo importante es el viaje emocional del protagonista y la forma en que el encuentro con ella (y la oportunidad de devolverle la vista) lo obliga a enfrentarse a sus demonios. Hay momentos de intensa intimidad, no por la comunicación verbal, sino por la comprensión silenciosa entre los dos personajes. El diálogo es minimalista, deliberadamente escaso, lo que permite que las acciones y la mirada de los actores hablen por sí solos. Es una película que recompensa la paciencia del espectador, aquellos que están dispuestos a sumergirse en la atmósfera opresiva y en el laberinto mental de Ming Wang.
“Sight” no ofrece respuestas fáciles. No hay un grandioso discurso moral ni una resolución victoriosa. La película plantea preguntas incómodas sobre la responsabilidad, el perdón y la naturaleza de la humanidad. Es una experiencia cinematográfica compleja y, a veces, perturbadora, pero también profundamente conmovedora y, en última instancia, resonante. El final, ambigüo y deliberadamente abierto a la interpretación, refleja la idea de que algunos traumas son imposibles de curar por completo, y que la verdadera redención reside en el reconocimiento y la aceptación.
Nota: 7/10