Silkwood (1983)

“Silkwood” de Mike Nichols es una película que se instala en la mente y no se va. No se trata de un thriller explosivo con persecuciones y desvelos repentinos, sino de una meditación sobre la verdad, la responsabilidad y la lucha de una mujer contra un sistema que, por su propia naturaleza, se niega a admitir sus errores. Nichols consigue un retrato excepcionalmente sutil y perturbador de Karen Silkwood, interpretada con una lucidez desarmante por Sarah Keaton, quien ofrece una actuación que define el papel.

La película se centra en la trayectoria de Karen, una ingeniera de centrales nucleares que se encuentra en una encrucijada. Su relación compleja y cargada de tensión con Drew Stephens (Ben Kingsley), su compañero de trabajo y amante, y su amistad con Dolly Pelliker (Anna Maguire) la convierten en una figura marginada y poco confiable en un entorno donde la lealtad a la empresa y el silencio son moneda de cambio. La ambigüedad de la película reside precisamente en esa zona gris, en la incertidumbre sobre si Karen está manipulando la situación para obtener beneficios personales o si, de hecho, es una voz de alarma genuina, aunque incomprendida.

Dirección de Nichols es, como siempre, impecable. Evita el sensacionalismo, concentrándose en los detalles, en las miradas, en las microexpresiones que revelan la angustia y la desesperación de Karen. La película está visualmente rica, utilizando la atmósfera opresiva de la central nuclear como un reflejo del estado emocional de la protagonista. La fotografía, en tonos grises y azules, intensifica la sensación de incomodidad y de peligro latente.

El guion, adaptado de un libro de Barbara Wertheim, es brillante en su ambigüedad. No ofrece respuestas fáciles ni juicios morales simplistas. Se centra en la desesperación de Karen por ser tomada en serio, en su incapacidad para convencer a las autoridades y en el sistema opaco que protege a los intereses de la industria a costa de la seguridad de sus empleados. La voz en off de Karen, narrando sus experiencias, es un recurso narrativo inteligente que nos permite adentrarnos en su mente y comprender su motivación, aunque no siempre la compartamos. Ben Kingsley, como Drew Stephens, aporta una complejidad palpable a su personaje: un hombre atrapado entre su amor por Karen y su lealtad a la empresa, un ser humano con contradicciones que lo hacen inquietante y, a la vez, simpático.

“Silkwood” no es una película que te dejará con una sensación de liberación triunfal. Al contrario, te deja con un sabor amargo, con la certeza de que la lucha de Karen contra un sistema corrupto es, en última instancia, una batalla perdida. Es una película que te obliga a reflexionar sobre la responsabilidad individual y colectiva, sobre la importancia de la verdad y la necesidad de cuestionar las instituciones. Es una película potente y perturbadora, un clásico moderno que merece ser visto y discutido.

Nota: 8.5/10