Simon Killer (2012)

“Simon Killer” (2012) de Ben Wheatley no es una película que te enganche desde el principio; es una experiencia visceral, deliberadamente incómoda y profundamente perturbadora que se instala bajo la piel y permanece mucho después de que las luces se enciendan. La película se centra en Ben, un recién graduado universitario que viaja a París buscando un respiro tras una ruptura sentimental prolongada, una ruptura que en retrospectiva parece ser solo la excusa para su inevitable descenso a la oscuridad. Este viaje no es un escape, sino un catalizador para un ciclo de violencia y complicidad que lo arrastra a un mundo de crimen organizado y moralidad borrosa.

Wheatley no construye una narrativa convencional. El guion, coescrito por Andrew Jolley, se basa en diálogos crudos y directos, con largas conversaciones que, a menudo, no llevan a ninguna parte perceptible. Esta lentitud, lejos de ser una debilidad, es la fuerza principal de la película. Nos obliga a asumir el papel de observador, a participar activamente en la incómoda incomodidad que se siente mientras Ben, interpretado con una frialdad inquietante por Michael Fassbender, se involucra cada vez más en los asuntos de la banda criminal. La película se nutre de la ambigüedad moral, nunca ofreciendo respuestas fáciles. La pregunta no es si Ben es un buen o un mal tipo, sino cómo la desesperación, el miedo y la búsqueda de redención lo consumen, transformándolo en un reflejo distorsionado de sí mismo.

Las actuaciones son impecables. Fassbender, en un papel que exige una total ausencia de sentimentalidad, logra una actuación notablemente contenida, transmitiendo la angustia interna de Ben a través de miradas fugaces y gestos sutiles. Sin embargo, la película no depende únicamente de Fassbender. La banda de criminales, retratada con un realismo brutal, está dotada de personajes complejos y moralmente grises, con un elenco de secundarios excelente, particularmente Joe Cole como el implacable y despiadado “Dave”. El director consigue que estos personajes sean creíbles, incluso cuando sus acciones son horribles. La tensión no proviene de la acción, sino de la amenaza latente, de la atmósfera opresiva que se respira en cada escena.

Visualmente, “Simon Killer” es un deleite para los sentidos, aunque de una forma inquietante. La fotografía de James Friend es sombría y saturada, enfatizando la opulencia decadente de París y la oscuridad de las operaciones criminales. El uso del sonido, especialmente la música electrónica experimental de Trent Reznor y Atticus Ross, contribuye a la atmósfera claustrofóbica y perturbadora. La película no busca impresionar con efectos especiales, sino con la creación de un espacio narrativo que evoca un sentimiento palpable de desesperación y decadencia.

En definitiva, "Simon Killer" es una obra maestra del cine independiente que desafía las expectativas del espectador. No es una película para todos los gustos, pero para aquellos que buscan una experiencia cinematográfica honesta, reflexiva y profundamente inquietante, es una película que no debe ser perdida. Es una película que deja una impresión duradera, un recordatorio de que la moralidad es relativa y que las consecuencias de nuestras acciones pueden ser devastadoras.

Nota: 8.5/10