Simple como Sylvain (2023)

“Simple como Sylvain” es una película que, sorprendentemente, no es tan simple como su título sugiere. Al principio, la película se presenta como una comedia romántica ligera, el tipo que te ofrece una escapada fácil. Pero tras unos primeros minutos, se revela como una exploración más profunda de la juventud, las expectativas sociales y la búsqueda de identidad. La dirección de François Ozon es, como suele ser habitual en su filmografía, precisa y elegante, empleando un estilo visual que oscila entre la intimidad y la observación distante, creando una atmósfera peculiar que te atrapa sin que te des cuenta.

La película se centra en la relación entre Sophia, interpretada con una vulnerabilidad palpable por Léa Seydoux, y Sylvain, un joven de clase trabajadora que la lanza a una vida completamente nueva. Seydoux ofrece una actuación magistral. Su Sophia no es una heroína romántica idealizada, sino una mujer joven, insegura y profundamente conflictiva. La belleza de Seydoux solo sirve para disimular una evidente inquietud y una incapacidad para conectar con su propio ser. La química entre Seydoux y Melvil Poupaud, como Sylvain, es excelente. El actor transmite una mezcla de ingenuidad, encanto y una cierta tristeza, lo que contribuye a la dinámica de la relación, que se siente orgánica y, a pesar de sus altibajos, creíble.

El guion, coescrito por Ozon y Aziz Ben Malek, es el elemento más destacable de la película. No se limita a contar una historia de amor, sino que plantea preguntas sobre la clase social, la autenticidad y la búsqueda de la felicidad. La película no ofrece respuestas fáciles; en cambio, se atreve a mostrar la complejidad de las emociones y las motivaciones de sus personajes. La exploración de los valores de Sophia es particularmente interesante, ya que la vemos cuestionar la educación privilegiada que ha recibido y las expectativas impuestas por su entorno. Hay un cierto cuestionamiento de las élites y de la superficialidad de ciertas sociedades. Además, el ritmo es pausado, permitiendo que el espectador se sumerja en el universo interior de los personajes. Este tipo de elecciones narrativas podrían no gustarle a todos, pero en mi opinión, son cruciales para el desarrollo de la historia y su impacto emocional.

La fotografía de Benoit Coulée, con sus tonos pastel y su iluminación cuidada, contribuye a la atmósfera onírica y melancólica de la película. Aunque la historia es, en esencia, sencilla, Ozon consigue transmitir una sensación de angustia y desorientación que es bastante poderosa. No es una película que te haga reír a carcajadas, pero sí te invita a reflexionar sobre tus propios valores y las elecciones que haces en la vida. Es un trabajo de dirección que demuestra la capacidad de Ozon para contar historias inteligentes y provocadoras, siempre con un toque de originalidad y sofisticación visual.

Nota: 8/10