“Sin rastro” (No Trace) no es una película que te abra los ojos a la violencia gráfica ni te promete persecuciones vertiginosas de acción. Es, en cambio, una película de suspense psicológico que se instala bajo la piel y que, a la larga, te obliga a cuestionarte la propia realidad de sus personajes. La dirección de Rob Adler y Aaron Klein es notablemente austera, optando por un estilo visual que refleja la desorientación y el aislamiento de Jill Parrish, interpretada magistralmente por Gina Riley. La película se beneficia de una fotografía naturalista que enfatiza el paisaje desolado de Montana, un entorno que se convierte en un personaje más, contribuyendo a la atmósfera de inquietud y vulnerabilidad. La localización es crucial, aportando un sentimiento palpable de soledad y peligro constante.
La película se centra en la relación entre Jill y su hermana Molly, y la desconfianza que Jill siente hacia las autoridades, una desconfianza que tiene su origen en un trauma del pasado que la persigue. Riley logra transmitir esa vulnerabilidad y su creciente paranoia de forma convincente. Sin embargo, el verdadero corazón de la película reside en la dinámica entre las hermanas, a pesar de que a menudo su relación se vea tensa y marcada por la sospecha. La película explora la complejidad de las relaciones familiares y la forma en que el trauma puede dañar irrevocablemente los lazos afectivos. La química entre Riley y la actriz que interpreta a Molly, Hailee Steinfeld, es esencial para que el conflicto interno de Jill se sienta creíble. Steinfeld ofrece una actuación sólida, aunque a veces su personaje puede parecer un poco unidimensional, enfocándose casi exclusivamente en la inocencia y la vulnerabilidad.
El guion, adaptado de la novela de S.J. Scott, presenta algunas lagunas. La trama, si bien mantiene el suspense hasta cierto punto, podría haberse beneficiado de una mayor profundización en los detalles del pasado de Jill, lo que habría dotado a la historia de una mayor complejidad. La exposición de información, a veces, es un poco brusca y se basa en diálogos que, aunque realistas, podrían haber sido desarrollados con mayor sutileza. No obstante, la película explora con cierto éxito la idea de la percepción subjetiva de la verdad. ¿Estamos realmente seguros de lo que percibimos? ¿Y qué ocurre cuando el trauma distorsiona nuestra propia memoria? Este debate subyacente, aunque no completamente resuelto, le otorga una cierta resonancia reflexiva al espectador. La película también plantea preguntas interesantes sobre el papel de la policía y la dificultad de confiar en las instituciones, especialmente cuando la víctima es percibida como la loca.
La película se apoya en un ritmo pausado y en el desarrollo gradual de la tensión. Se construye un ambiente de incertidumbre constante y la sensación de que Jill está siempre al borde del abismo. El uso del sonido es particularmente efectivo, creando una atmósfera de inquietud que te mantiene alerta. Aunque carece de la espectacularidad de otros thrillers, “Sin rastro” ofrece una experiencia de suspense satisfactoria para aquellos que aprecien las películas que se centran en el desarrollo psicológico de sus personajes.
Nota: 7/10