Skinamarink (2023)

“Skinamarink” no es una película que se disfruta como una experiencia cinematográfica tradicional. Es una inmersión, un descenso gradual y perturbador a un estado de ansiedad existencial, una prueba de que el miedo puede ser efectivo sin recurrir a sustos fáciles o gore. Esta película de Brandon Cronenberg, hijo de David Cronenberg, no se trata de buscar el sobresalto; se trata de generar una atmósfera opresiva y palpable que se instala bajo la piel del espectador, desafiando la propia percepción de la realidad.

La dirección de Cronenberg es, sencillamente, magistral. Su elección de un formato de imagen en colores sepia, con planos cortos y extremadamente largos, y un diseño de sonido minimalista pero extremadamente efectivo, contribuyen a crear un ambiente de quietud que, paradójicamente, es mucho más inquietante que cualquier persecución o aparición visual. La cámara, fija y observadora, se convierte en una presencia silenciosa que acompaña a los niños (Mac e Isa) en su creciente terror. Cronenberg evita el uso de narrativas convencionales, permitiendo que la historia se desarrolle a través de las reacciones de los niños y la gradual erosión de su mundo. El juego de luces y sombras, la manipulación del sonido y el aprovechamiento del espacio vacío de la casa son elementos clave que logran un efecto de incomodidad absoluto.

Las actuaciones de los niños, Ollie Golden y Abby Lewis, son excepcionales. No se trata de interpretaciones magistrales en el sentido tradicional; su actuación reside en la autenticidad de sus expresiones, en su miedo genuino y en su incapacidad para comprender lo que les está sucediendo. Sus pequeños gestos, sus miradas aterradas y sus intentos por mantener la calma son los verdaderos protagonistas de la película. La química entre los dos niños es palpable, y su interacción, a pesar del miedo, es la única vía de conexión que tienen con el espectador.

El guion, en su aparente sencillez, es donde reside la verdadera fuerza de “Skinamarink”. Se centra en la experiencia subjetiva de los niños, su miedo a la oscuridad, su sensación de abandono y su necesidad de mantener la ilusión de un mundo familiar. La historia es abstracta, deliberadamente ambigua y no ofrece respuestas fáciles. La película se pregunta más que responde, dejando al espectador con la sensación de que lo que ha visto no era real y que quizás nunca lo será. La ausencia del padre y la gradual desaparición del entorno familiar son metáforas poderosas del desarraigo, la pérdida de control y la fragilidad de la percepción. Cronenberg explora temas de trauma infantil, la pérdida de la inocencia y la confrontación con lo desconocido, sin caer en simplismos o moralizaciones.

“Skinamarink” no es para todos los públicos. Es una película lenta, inquietante y que puede generar incomodidad. Pero para aquellos que se aventuren a sumergirse en su atmósfera opresiva, ofrece una experiencia cinematográfica única, que permanecerá con ellos mucho después de que terminen de verla. Es una obra de arte perturbadora que desafía la definición del género de terror.

Nota: 7/10