Skins (2002)

“Skins” no es una película que te enganche desde el principio; exige paciencia, una atención meticulosa y, sobre todo, la disposición de ser confrontado con realidades que a menudo son incómodas y perturbadoras. Esta película de 1992, dirigida por Richard Attenborough, no busca glorificar el destino de los nativos americanos, sino presentar una radiografía cruda y sin filtros de la vida en la reserva indígena de Pine Ridge, Dakota del Sur. La historia, centrada en los hermanos Noah (Graham Greene) y Lucas Watts (Eric Schweig), te sumerge desde el primer minuto en un ambiente de desesperación económica, violencia y una profunda desconexión con las raíces ancestrales. La película se centra en la lucha de Noah, el hermano mayor, para proteger a su hermano menor, Lucas, de las peores consecuencias de un mundo que no les ofrece ninguna salida.

Lo que sobresale de "Skins" es su dirección, que se caracteriza por un estilo visual implacable. Attenborough, con la ayuda de Roger Black, no rehúye la representación de la pobreza, el alcoholismo, la violencia doméstica y el tráfico de drogas, elementos omnipresentes en la vida de la reserva. Las escenas son incómodas, vergonzosas e incluso repulsivas, pero su objetivo no es el sensacionalismo. La intención es mostrar la dura realidad, sin tapujos, y ofrecer una perspectiva poco común sobre una comunidad a menudo marginada y estereotipada. El uso de la cámara es deliberadamente austero, evitando la grandilocuencia y enfocándose en los rostros de los actores, transmitiendo la vulnerabilidad y la desesperanza de sus personajes.

Las actuaciones son, en su conjunto, extraordinarias. Graham Greene, en el papel de Noah, ofrece una interpretación magistral, mostrando la carga de la responsabilidad sobre sus hombros, la angustia de un hombre atrapado entre el deber y el deseo de escapar de su destino. Eric Schweig, como Lucas, logra transmitir la inocencia perdida y la fragilidad de un niño que ha crecido en un entorno letal. Gary Farmer, que también contribuyó al guion, brilla con luz propia como Thomas, el padre de los hermanos, un hombre consumido por la autodestrucción y la culpa. No obstante, el peso recae en los jóvenes y sus conflictos internos.

El guion, aunque a veces lento y contemplativo, es el corazón de la película. No se centra en un argumento convencional, sino en la exploración de la identidad, la fe y las consecuencias de las decisiones. La película plantea preguntas difíciles sobre la cultura, la familia y el impacto de la historia en las vidas de las personas. La ambigüedad moral es una constante; no hay personajes claramente buenos o malos, sino individuos que luchan por sobrevivir en un mundo implacable. La película, en su esencia, es una meditación sobre la supervivencia y el espíritu humano, un recordatorio de la necesidad de aferrarse a la esperanza, incluso en los momentos más oscuros. Si bien podría haber beneficiado de un ritmo más ágil, la riqueza de los temas y las actuaciones sobresalientes la convierten en una experiencia cinematográfica poderosa e inolvidable.

Nota: 8/10