Sleeping Beauty (2011)

“Sleeping Beauty” (2023) de Robert Eggers no es la película que muchos esperaban, ni siquiera los que venían de “The Witch” o “The Lighthouse”. Si bien la dirección y la atmósfera son impecables, la historia, aunque inquietante, se siente diluida y, en última instancia, desapasionada. Eggers nos sumerge desde el principio en un mundo opresivo, frío y visceral, con una estética que recuerda a las pinturas barrocas y las fotografías de la época, creando un ambiente que es a la vez bello y perturbador. La utilización del blanco y el negro, junto con la iluminación tenue, es magistral, pero sirve principalmente para subrayar el aislamiento y la desesperación de Lucy (Naomi Ackie).

Ackie ofrece una interpretación excepcional, logrando transmitir la vulnerabilidad y la angustia de la protagonista con una sutileza admirable. Su Lucy es una joven inteligente y ambiciosa, arrastrada a esta existencia macabra por necesidad económica. Sin embargo, la película no profundiza lo suficiente en sus motivaciones o en el impacto psicológico de esta experiencia. La actuación de Lucy es, en parte, la única razón para seguir adelante con la trama, pero incluso ella no es suficiente para compensar las debilidades del guion.

La dirección de Eggers se destaca en la construcción del mundo y la recreación de la época. El set de la casa, los escenarios y el vestuario son increíblemente detallados y auténticos, contribuyendo a la sensación de inmersión. La banda sonora, compuesta por Michael Abels, es igualmente efectiva, creando una atmósfera de tensión constante y subrayando los momentos más inquietantes. La película tiene un ritmo deliberado, lento e incluso contemplativo, lo que puede resultar frustrante para algunos espectadores. La trama, aunque provocadora, se centra en la supervivencia de Lucy y en su intento de escapar, pero carece de la profundidad temática que podríamos esperar de una película de Eggers.

El guion, escrito por Eggers y Barnet D'Arbanville, es la principal decepción de la película. La relación de Lucy con los hombres que la visitan es descrita de manera implícita, con imágenes sugerentes que evocan violencia y explotación. Sin embargo, la película evita mostrar la agresión en detalle, optando por una narrativa más indirecta que, aunque intencional, se siente a menudo insatisfactoria. Se establece una tensión constante, pero la película no ofrece un comentario profundo sobre la mercantilización del cuerpo femenino, el trauma y la búsqueda de la identidad. La ambigüedad, en lugar de ser un recurso narrativo convincente, se convierte en una excusa para la evasión.

En definitiva, “Sleeping Beauty” es una película visualmente impresionante y con una actuación sobresaliente de Naomi Ackie, pero que no logra cumplir con las expectativas creadas por la dirección de Eggers y su reputación. Es una experiencia perturbadora, sin duda, pero que carece de la fuerza emocional y el impacto duradero que podría haber tenido. Un retrato de la explotación, sí, pero uno que se presenta de una forma más intelectual que visceral.

Nota: 6/10