Slipstream (2007)

“Slipstream”, la última película de Anthony Hopkins, no es una experiencia cinematográfica fácil. Es una inmersión profunda en la mente de un hombre atormentado, un viaje introspectivo y a menudo desconcertante que, aunque no llega a ser un triunfo absoluto, demuestra la habilidad singular de Hopkins como director y actor. La película se centra en Felix Bonhoeffer, un guionista veterano, un hombre que ha caminado a caballo entre la realidad y sus propias creaciones literarias durante décadas. Hopkins, más allá de su inconfundible presencia, ha logrado construir una narrativa sorprendentemente ambiciosa, un territorio narrativo salvaje donde la línea entre la inspiración y la locura se desdibuja hasta desaparecer.

La dirección de Hopkins es deliberadamente minimalista. La película se sirve de una atmósfera opresiva, de una paleta de colores apagados y de una fotografía que, en ocasiones, se asemeja a un sueño febril. No hay efectos especiales llamativos, ni persecuciones frenéticas. Lo que prevalece es el ritmo lento, la atención meticulosa a los detalles y la persistente sensación de inquietud. La película es notable por su control; Hopkins se aferra con firmeza a la ambigüedad, dejando que el espectador interprete la naturaleza de la crisis de Felix, la amenaza que representa sus propios personajes y la relación entre ambos. El resultado es una experiencia que exige una participación activa, una disposición a suspender la lógica convencional y a abrazar la incertidumbre.

La actuación de Hopkins es, sin duda, el pilar central de la película. Su Felix es un personaje complejo y profundamente vulnerable, un hombre consumido por sus propios demonios creativos. El rostro de Hopkins, marcado por la edad y el cansancio, transmite una angustia palpable. Se nota cada fibra de su ser en la forma en que mueve los labios, en la intensidad de sus ojos. La película no le ofrece oportunidades para grandes diálogos, pero sí para mostrar la soledad y el aislamiento de un hombre que lucha por mantener la cordura. La interacción entre Felix y sus personajes, que parecen invadir su realidad, es inquietante y sutilmente perturbadora. El resto del elenco, aunque limitado, ofrece interpretaciones sólidas, especialmente Daniel Olmos como la joven y enigmática Sarah, una figura que se convierte en un catalizador del colapso de Felix.

Sin embargo, “Slipstream” no está exento de defectos. La deliberada lentitud y la ambigüedad pueden resultar frustrantes para algunos espectadores. El guion, aunque inteligente y original, a veces se vuelve demasiado denso, dejando demasiadas preguntas sin respuesta. La película exige un cierto nivel de tolerancia por parte del público, pero en ocasiones se siente que sacrifica la claridad en aras de la experimentación. A pesar de estas reservas, la película es un logro artístico importante, un testimonio de la capacidad de Hopkins para desafiar las convenciones cinematográficas y explorar las profundidades de la mente humana. Es una película que permanece en la memoria, que invita a la reflexión y que, en última instancia, se deja con la sensación de haber presenciado algo único.

Nota: 7/10