“Slow” es una película que se entrega con una quietud deliberada, una meditación sobre el amor, la comunicación y la aceptación, aunque con una lentitud que podría resultar frustrante para algunos espectadores. La dirección de Charlotte Wells, a su relativamente corta trayectoria, demuestra una sensibilidad y un ojo atinado para capturar las pequeñas alegrías y los matices de la vida cotidiana. Wells no busca grandes espectáculos visuales ni momentos grandilocuentes; su enfoque se centra en la autenticidad y la conexión humana, construyendo una atmósfera de intimidad palpable desde el primer minuto. La película transita con maestría entre el presente y el pasado, utilizando flashbacks de la adolescencia de Elena y Dovydas para comprender la evolución de sus sentimientos, un recurso narrativo que se siente orgánico y no forzado.
Las actuaciones de Brady Noon y Paul Mescal son, sin duda, el corazón de la película. Noon, como Elena, ofrece una interpretación natural y desprendida, transmitiendo con lucidez la inocencia y la curiosidad de una joven que se enfrenta por primera vez a la complejidad de las relaciones sentimentales. Mescal, por su parte, entrega una actuación sutil pero profundamente conmovedora como Dovydas. Su lentitud, lejos de ser un defecto, se convierte en una fuerza expresiva, reflejando la paciencia y la empatía de un hombre que busca comprender las necesidades del otro, incluso cuando estas son inusuales. La dinámica entre ambos actores es el motor de la narrativa, y la química que generan es innegable. Mescal, en particular, logra dar una profundidad inmensa a su personaje, mostrando la vulnerabilidad y la complejidad de un hombre que lucha por encontrar su lugar en el mundo.
El guion, adaptado de un relato de la escritora Lev Grossman, es, quizás, la debilidad más discutible de la película. Si bien la premisa – una relación entre una mujer sexualmente activa y un hombre asexual – es interesante y plantea preguntas relevantes sobre el amor y el deseo, la ejecución puede resultar algo plana en ciertos momentos. La película se centra obsesivamente en el silencio, la comunicación no verbal y las miradas, lo que, aunque crea una atmósfera particular, a veces impide que la historia avance a un ritmo más dinámico. Se podría argumentar que esta lentitud es intencional, buscando emular la experiencia de la comunicación lenta y el proceso de comprensión mutua, pero a veces resulta en una sensación de estancamiento. La película toca temas como la identidad, la aceptación y la búsqueda del amor verdadero, pero a menudo lo hace de forma indirecta, dejando espacio para la interpretación del espectador. La película no ofrece respuestas fáciles ni conclusiones definitivas, y eso, en última instancia, es su mayor fortaleza.
No obstante, “Slow” es una película que se queda en la memoria. Es una película que te invita a la reflexión, a observar y a sentir. No es una película para todos los gustos, pero para aquellos que aprecien el cine independiente, la delicadeza y la honestidad, puede ser una experiencia gratificante. Su fuerza reside en su capacidad para capturar la belleza de la intimidad, incluso en su forma más silenciosa y sutil. Es un film que valora el proceso de conocerse y entenderse, un testamento a la idea de que el amor puede manifestarse de muchas maneras diferentes.
Nota: 7/10
