“Slow West” no es una película que te enganche de entrada. No bombardea con explosiones ni ofrece giros argumentales deslumbrantes. Su fuerza reside en la atmósfera, en la lentitud deliberada y en la fotografía, creando un western moderno y sombrío, profundamente arraigado en la desolación del paisaje y en el peso de la historia. Thomas Vinterberg, conocido por “The Green Knight”, demuestra una maestría en el manejo del suspense psicológico, tejendo una narrativa que se revela progresivamente, como una promesa incumplida, dejando al espectador con una sensación persistente de incomodidad.
El film se centra en Jay Cavendish (Hoyt Smit-McPhee), un joven escocés de apenas 17 años, cuya inocencia es un recurso constante de la historia. Su viaje a Colorado para reencontrarse con una mujer que conoció en una noche de abandono, parece un cliché, pero Vinterberg lo subvierte con un retrato de vulnerabilidad y desesperación que es genuinamente conmovedor. Smit-McPhee ofrece una actuación sutil, pero impactante, transmitiendo la ingenuidad de Jay y, a la vez, su creciente desilusión. Su mirada, a menudo dirigida al horizonte, revela una profunda soledad y la incertidumbre del futuro.
Pero el verdadero corazón de la película reside en la figura de Silas (Michael Fassbender). Fassbender, como siempre, entrega una interpretación magistral, construyendo un personaje ambiguo y complejo. No es un héroe tradicional, ni un protector fiel, sino un hombre consumido por el pasado, un mercenario que busca redención a través de la protección de otro hombre. La dinámica entre Silas y Jay es tensa y llena de desconfianza. La interacción entre ambos se desarrolla con un diálogo poético y cargado de subtextos, explorando temas como la venganza, la culpa y la pérdida. Fassbender consigue imprimir un aura de melancolía y tragedia a cada uno de sus gestos, haciéndolo un personaje inolvidable.
La dirección de Vinterberg es impecable. La película se apoya enormemente en la belleza austera y la dureza del paisaje, con planos extensos que enfatizan la soledad y la vastedad del Oeste americano. La paleta de colores, dominada por el marrón, el gris y el ocre, refuerza la atmósfera desoladora. La banda sonora, compuesta por Max Richter, es minimalista pero efectiva, creando un ambiente de inquietud constante. El ritmo pausado, a veces casi glacial, permite al espectador sumergirse en la historia y en la psicología de sus personajes. Aunque la trama no se apresura, la tensión es palpable, y la película logra mantener el interés a lo largo de toda su duración.
Sin embargo, la película no está exenta de ciertas debilidades. El ritmo deliberado puede resultar lento para algunos espectadores, y la trama, aunque madura, a veces se siente un poco confusa en su segunda mitad. Además, algunos elementos de la historia parecen inspirados en otros westerns, aunque Vinterberg logra dotarlos de una originalidad y un toque de oscuridad. No es una obra maestra, pero sí una película notable, con actuaciones excepcionales y una dirección cuidada.
Nota: 7.5/10