“Sobre lo infinito” (Somewhere in Time) no es una película de ciencia ficción convencional. No se basa en persecuciones a gran velocidad ni en efectos especiales deslumbrantes, sino en una atmósfera de melancolía y anhelo, en una reflexión contemplativa sobre el tiempo, el amor y la búsqueda de la eternidad. La película, dirigiéndose a un público con un paladar cinematográfico más sofisticado, se erige como un homenaje a “Las mil y una noches”, no en términos de plagio, sino en la estructura de un relato extenso, tejido con múltiples episodios y momentos de introspección. La película nos transporta a 1912, al escritor George Sheldon, un escritor en crisis, que decide emprender un viaje en el tiempo, en busca de Amelia, una mujer que conoció brevemente y que le robó el corazón.
La dirección de John Carpenter es notable por su manejo del espacio y la luz. Utiliza planos largos y silenciosos, permitiendo que la película respire y que el espectador se sumerja en la atmósfera onírica de la búsqueda. Las escenas en el hotel Kimball son particularmente memorables, con una iluminación tenue y un ambiente opulento que contrasta con la desesperación de George. Carpenter consigue que la sensación de viaje en el tiempo no se presente como una aventura heroica, sino como una experiencia dolorosa y, a veces, surrealista. La película se centra en la intensidad emocional de George y en su convicción de que Amelia es la clave para su felicidad, desdibujando la línea entre la realidad y la fantasía.
La actuación de Christopher Walker como George es impecable. Su interpretación es sutil, cautivadora y profundamente humana. Walker transmite con maestría la desesperación, el amor perdido y la obsesión que lo consume. Gene Tierney, como Amelia, ofrece una presencia etérea y misteriosa, aportando un aire de elegancia y melancolía a la historia. Su Amelia no es una figura idealizada, sino una mujer compleja y, en cierto modo, trágica. La química entre los dos actores es palpable, lo que le confiere a la película una gran credibilidad emocional.
El guion, adaptado por Daniel Curzon a partir de la novela de H.G. Wells, es donde reside la mayor fortaleza de la película. Si bien la premisa de viajar en el tiempo es un arquetipo literario, el guion logra darle una nueva dimensión a este concepto, centrándose en la exploración del pasado, del arrepentimiento y de la búsqueda de la felicidad. La película plantea preguntas inquietantes sobre la naturaleza del tiempo, la memoria y el destino. No busca ofrecer respuestas fáciles, sino que invita al espectador a reflexionar sobre sus propios deseos y sus propias vidas. Sin embargo, el ritmo a veces puede sentirse pausado, incluso lento, lo que podría resultar tedioso para algunos espectadores. El final, si bien poético, también puede resultar algo abrupto y quizás no completamente satisfactorio para todos.
Nota: 7/10