“Someone Like You” de Andrew Haigh no es una película para disfrutar en una noche fácil. Es, en cambio, una experiencia cinematográfica intensamente íntima, un estudio profundo de la pérdida, la soledad y la búsqueda desesperada de significado en el vacío dejado por un amor irrecuperable. La película se presenta como una meditación melancólica y, a menudo, incómoda, que se adentra en las profundidades del duelo y la identidad, dejando al espectador con una sensación de desasosiego persistente.
La dirección de Haigh es magistral en su sencillez. Evita artificios y se centra en la autenticidad de la experiencia emocional. A través de la cinematografía, el director utiliza los espacios abiertos y la luz natural para reflejar la soledad de Dawson (Logan Brody, magistral en su interpretación) y las reverberaciones de su dolor. Los planos largos y las composiciones contemplativas permiten al espectador conectar con el personaje y compartir su viaje de introspección. No hay drama exagerado ni diálogos bombásticos; la película se basa en la sutileza y la sugestión, creando un ambiente donde cada mirada, cada silencio, cargan un significado profundo.
Logan Brody ofrece una actuación que merece toda la atención. Su interpretación de Dawson es increíblemente honesta, transmitiendo la vulnerabilidad, la frustración y la desesperación de un hombre que ha perdido el anclaje de su mundo. La química con James Norton, quien interpreta a James, es palpable y añade una capa de complejidad a la relación. Norton no se limita a ser el contraste de Dawson; ofrece una presencia gentil y comprensiva que apoya su viaje sin buscar dominarlo. La relación entre ambos personajes no se establece como un romance convencional, sino como una conexión que nace de la necesidad mutua de consuelo y la aceptación de la impermanencia.
El guion, coescrito por Haigh y Ryan Kubas, es probablemente el elemento más impactante de la película. Es sutil en su exploración del dolor, evitando caer en clichés del melodrama. La narrativa no busca respuestas fáciles, sino que plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza del amor, la pérdida y la búsqueda de la identidad. La historia se construye a través de conversaciones sinceras y momentos de vulnerabilidad compartida, evitando adornos innecesarios. La película se presta a múltiples interpretaciones, invitando al espectador a reflexionar sobre sus propias experiencias de pérdida y las formas en que las personas se ayudan en los momentos más oscuros.
La película, a pesar de su tono melancólico, no es desoladora. Ofrece, en lugar de consuelo, una aceptación realista del dolor y la posibilidad de encontrar un nuevo sentido a la vida después de una pérdida devastadora. Es una obra que requiere paciencia y una disposición a sumergirse en la experiencia emocional de sus personajes. No es un espectáculo, sino una invitación a la reflexión y al diálogo interno.
Nota: 8/10