“Sospechosos habituales” (Regular Suspects), la última película de Paul Verhoeven, no es un thriller de ritmo vertiginoso ni un despliegue de violencia explícita, aunque eso no impide que sea una experiencia cinematográfica inquietante y profundamente perturbadora. La película se centra en la implacable investigación de Dave Kujan (Chazz Palminteri), un agente del servicio de aduanas con una visión personal y, a menudo, cuestionable de la justicia, tras un devastador incendio marítimo en San Pedro de Los Ángeles que cobra la vida de 27 personas. Sin embargo, la trama se complica considerablemente cuando la única fuente de información disponible es Roger Kint (Kevin Spacey), un estafador parapléjico con un pasado turbio y una predisposición a la mentira.
Verhoeven, conocido por su estética provocadora y sus narraciones subversivas, regresa a la ambientación policial con una sensibilidad que va más allá de la mera recreación de clichés del género. La película evoca una atmósfera de opresión y desesperación, la dirección de fotografía es impecable, utilizando una paleta de colores apagados y contrastes sutiles que reflejan el estado de ánimo de los personajes y el clima de corrupción que impregna la ciudad. La coreografía de las escenas, especialmente las que involucran a Kint, es deliberadamente lenta y claustrofóbica, intensificando la sensación de inminente peligro. Si bien algunos podrían considerar que el ritmo es deliberadamente pausado, es precisamente esta lentitud la que permite construir la tensión de forma magistral, como un nudo que se va apretando gradualmente hasta alcanzar un punto de ruptura.
Las actuaciones son, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. Chazz Palminteri ofrece una interpretación magistral como Kujan, un hombre atormentado por sus propios errores y motivado por un sentido de justicia retorcido. Su interpretación transmite una mezcla compleja de determinación, cinismo y vulnerabilidad. Pero es Kevin Spacey quien realmente destaca. Spacey, en un papel que parece diseñado para él, despliega una actuación asombrosa, utilizando la mirada y el lenguaje corporal para comunicar la ambigüedad moral de Kint. Sus gestos, sus miradas, su voz, todo contribuye a construir un personaje que es a la vez fascinante y repulsivo. La química entre Palminteri y Spacey es palpable y fundamental para el éxito de la película.
El guion, escrito por Carl Tomlinson y Matthew Barry, es una obra maestra de la ambigüedad moral. No hay héroes ni villanos claros. Todos los personajes, incluso Kujan, están contaminados por la corrupción y las circunstancias. La película plantea preguntas incómodas sobre la naturaleza de la justicia, el abuso de poder y los límites de la moralidad. La trama, basada en un monólogo original de Chazz Palminteri, se construye lentamente, revelando detalles impactantes en el momento justo. La película no ofrece respuestas fáciles. En cambio, obliga al espectador a confrontar sus propias ideas sobre la justicia y la moralidad. Es una experiencia que te acompañará mucho después de que los créditos hayan terminado. La fuerza del guion reside en su capacidad para generar preguntas, no para proporcionar soluciones.
Nota: 8/10