“Speed: Máxima potencia” no es una obra maestra cinematográfica, pero es un clásico instantáneo del cine de acción y, curiosamente, un estudio fascinante de cómo se construye la tensión y el suspense en la era pre-CGI. La película, estrenada en 1994, se aferra a un concepto simple pero efectivo: un autobús en marcha con una bomba que se autodestruirá si la velocidad disminuye por debajo de 80 kilómetros por hora. Y, a pesar de la premisa, lo que realmente la salva es su ejecución, un ejercicio notable de dirección por parte de Jan de Bont, quien demuestra una clara comprensión de la fotografía y el ritmo narrativo.
De Bont se centra en la sensación de inmediatez y peligro. Las persecuciones son frenéticas, claustrofóbicas y realistas, incluso con las limitaciones tecnológicas de la época. La película hace un uso magistral del sonido, amplificando cada claxon, cada rugido del motor, cada sismo en el vehículo. El espectador se siente atrapado junto con los pasajeros, compartiendo su pánico y desesperación. La dirección de fotografía, con sus planos que capturan la inmensidad de la ciudad de Los Ángeles, es crucial para crear esta sensación. La película no rehúye de las zonas urbanas, mostrando el caos y el tráfico como parte integral del peligro. Lo que realmente eleva la película es la forma en que de Bont utiliza la composición, priorizando el movimiento y la inercia sobre la belleza visual.
Keanu Reeves, como Jack Traven, ofrece una actuación relativamente discreta pero convincente. Si bien no es un actor conocido por sus extravagantes interpretaciones, Reeves encarna la calma y la determinación necesarias para enfrentar la situación. Sandra Bullock, interpretando a Annie Moss, la ingeniera que posee la llave para desactivar la bomba, aporta una dosis de humanidad y vulnerabilidad. Su química con Reeves es, en parte, lo que hace que la película funcione. Su arco narrativo, de una mujer reservada a una heroína valiente, es bien construido y añade una capa emocional a la trama principal. La química entre ambos es un punto fuerte que ayuda a que la película se sienta más realista y emotiva.
El guion, aunque no particularmente complejo, es sólido en sus elementos básicos. La premisa es original y la trama avanza a un ritmo constante, manteniendo al espectador enganchado. No hay grandes giros argumentales ni subtramas que distraigan de la esencia de la historia: la lucha por sobrevivir a la bomba. El desarrollo del conflicto se centra en la solución, y en la necesidad de Jack de salvar a Annie, lo cual añade un elemento romántico a la mezcla. Sin embargo, la película carece de profundidad en su exploración de los personajes y de las implicaciones más amplias de la situación. Se centra exclusivamente en el motor de la trama, lo cual, si bien es efectivo, resulta un poco superficial.
En definitiva, “Speed: Máxima potencia” es un clásico de acción del 90s que, a pesar de sus limitaciones técnicas y narrativas, sigue siendo un espectáculo visualmente estimulante y emocionalmente satisfactorio. Es una película que se disfruta por su pura adrenalina y su capacidad para transportar al espectador a una persecución implacable.
Nota: 7/10