Spencer (2021)

“Spencer” de David Fincher no es el biopic tradicional de la Princesa Diana que uno esperaría. Olvídate de una narrativa cronológica lineal o de una exposición exhaustiva de su vida. En cambio, Fincher nos entrega un fragmento de tiempo, un “fin de semana” especialmente intenso que se desarrolla en la finca de Sandringham durante las vacaciones navideñas de 1991. Este enfoque, aunque arriesgado, resulta ser la clave de la película: la intensificación dramática y la exploración del estado mental de Diana, en su momento más vulnerable.

El guion, adaptado de la obra teatral homónima de Stephen Daldry, se centra casi exclusivamente en la crisis interna de Diana. El diálogo es parco, a menudo reducido a monólogos internos o breves intercambios cargados de tensión. Esta estrategia, lejos de ser una limitación, favorece la atmósfera claustrofóbica y la sensación de aislamiento de la protagonista. Fincher se atreve a subvertir las expectativas del público, omitiendo los momentos más obvios de su vida y enfocándose en el peso de la soledad, la presión mediática y la lucha por encontrar un sentido a su existencia. El guion, en consecuencia, no busca ofrecer respuestas, sino plantear preguntas sobre el precio del glamour, la identidad y la libertad.

Es crucial destacar la dirección magistral de Fincher. Su estilo, conocido por su meticulosidad y su dominio del suspense, se aplica aquí de forma impecable. La película está construida con una planificación increíblemente detallada, un ritmo deliberado que permite al espectador respirar y una cinematografía oscura y evocadora que intensifica la sensación de melancolía y desesperación. La utilización de la paleta de colores y la iluminación contribuyen significativamente a la atmósfera general, creando una experiencia visualmente impactante y perturbadora. Las escenas en los pasillos y habitaciones de Sandringham son, en su mayoría, en negro y blanco, lo que refuerza la idea de un estado mental fragmentado y confuso.

Sin duda, la actuación de Emma Corrin como Diana es el corazón y el alma de la película. Corrin no solo se asemeja física y emocionalmente a la Princesa, sino que transmite una vulnerabilidad, una fragilidad y una fuerza interior que son profundamente conmovedores. Su interpretación es cautivadora, llena de matices sutiles que revelan la angustia, la ira y el dolor que se esconden detrás de la imagen pública de Diana. Timothy Spall, como el Príncipe Carlos, ofrece una interpretación igualmente poderosa, retratando con precisión la obstinación, el egoísmo y la frialdad del monarca. La química entre ambos actores es palpable, y sus interacciones son la columna vertebral de la película.

“Spencer” es una experiencia cinematográfica compleja y desafiante que no pretende ser una biografía completa. Es un estudio psicológico de una mujer en crisis, un retrato de la soledad y la desesperación, y una meditación sobre el precio de la fama y la identidad. Fincher, a través de su visión particular, nos ofrece una versión única y provocadora de la historia de Diana, una que, en lugar de celebrarla como una figura real, la presenta como una mujer humana, imperfecta y profundamente trágica. Nota: 8/10