“Stalingrado” no es una película para apreciar en un santuario de paz. Es un golpe de viento visceral, una declaración de guerra al espectador, que te arroja al infierno de las trincheras con una crudeza y un realismo que pocas veces se ven en el cine bélico moderno. La película de Joseph Vilsmaier, aunque no es necesariamente fresca en su temática, logra un impacto considerable gracias a la forma en que se aborda la implacable batalla por la ciudad rusa, ofreciendo una experiencia cinematográfica intensa y duradera.
La dirección de Vilsmaier es, sin duda, su principal fortaleza. No se apoya en grandilocuentes secuencias de acción o explosiones espectaculares, sino que se centra en la lenta, implacable erosión de la voluntad humana bajo la presión constante de la guerra. La cámara, a menudo colocada en el nivel de los soldados, nos hace sentir parte de la lucha, de la miseria, del miedo. La película no tiene un ritmo convencional. Se toma su tiempo, mostrando la rutina brutal de la vida en el frente, el hambre, la enfermedad, las muertes, y sobre todo, el tedioso trabajo de la defensa. El uso del color, principalmente tonos apagados y terrosos, intensifica la sensación de opresión y desesperación. Es un film que exige paciencia y atención, recompensando al espectador con una representación auténtica y conmovedora de las consecuencias de la guerra.
El reparto, liderado por Alexander Popov como el sargento Vorobyov, ofrece interpretaciones sólidas y realistas. Popov, en particular, transmite con eficacia la creciente fatiga mental y física de su personaje, un hombre que ha perdido la fe y la esperanza, pero que se niega a rendirse. Los demás personajes, de origen diverso, cumplen su función con convicción, creando un retrato colectivo del soldado soviético, un individuo simple, pero increíblemente resiliente. No hay héroes románticos, ni sacrificios grandilocuentes; solo hombres y mujeres luchando por sobrevivir en condiciones inimaginables. Las actuaciones no buscan la emoción superficial, sino que se basan en una representación honesta de la angustia y la desesperación que caracterizaron a muchos de los soldados que estuvieron atrapados en Stalingrado.
El guion, aunque no ofrece una narrativa compleja, es efectivo en su sencillez. Se centra en las experiencias individuales de un pequeño grupo de soldados, mostrando cómo la lucha por defender la ciudad se convierte en una lucha por mantener la humanidad. La película evita los clichés bélicos comunes, y se concentra en el impacto psicológico de la guerra en los individuos. La película no intenta glorificar la guerra, sino que la presenta como un horror sin concesiones, una experiencia que deja una cicatriz imborrable en la memoria de quienes la viven. Hay una sensación constante de incomodidad, una inquietud que te acompaña incluso después de que los créditos finales han comenzado a rodar. “Stalingrado” no es entretenimiento ligero; es una reflexión incómoda y dolorosa sobre el costo de la guerra.
Nota: 7/10