“Stockholm” es una película que, a primera vista, parece la típica comedia romántica con un giro intrigante. Sin embargo, tras su ejecución, resulta ser una reflexión tensa y perturbadora sobre la vulnerabilidad emocional, la confianza, y la manera en que construimos nuestra propia realidad. La trama, basada en la premisa de un encuentro casual en una discoteca que da lugar a una serie de situaciones complejas y, a su vez, a una cuestionable relación, explora la fragilidad de la conexión humana y la facilidad con la que la percepción puede ser manipulada.
La dirección de Fien Gaudez es precisa y atmosférica. Se centra en la construcción del suspense desde el inicio, creando una sensación constante de inquietud que se va intensificando a medida que avanza la película. La cinematografía, oscura y a veces casi claustrofóbica, contribuye a este ambiente de desconfianza y fragilidad. Gaudez utiliza eficazmente el primer plano y los planos cerrados para acentuar la mirada del protagonista, la inexpresividad del personaje que insiste en la atracción, y la incomodidad de la situación. No recurre a artificios innecesarios, sino que se centra en la representación sutil de las emociones, que emergen de forma gradual y, a menudo, ambiguamente.
Las actuaciones son sobresalientes, especialmente la de Bill Skarsgård. Su interpretación del protagonista es magistral; transmite con gran sutileza la frustración, la confusión, y el creciente desasosiego ante la irrealidad de la situación. Skarsgård no se limita a interpretar un tipo encantador; nos presenta un hombre vulnerable, obsesionado, y gradualmente, asustado por lo que está experimentando. El contraste entre su mirada, a menudo vacía y desconfiada, y la sonrisa forzada que intenta proyectar, es especialmente inquietante. La protagonista, interpretada por Alicia Vikander, entrega una actuación igualmente convincente, aunque su personaje, en ocasiones, resulta algo unidimensional. Sin embargo, esto podría interpretarse como una decisión deliberada para centrar la atención en la dinámica entre los dos personajes centrales.
El guion, escrito por Gaudez y Camille Anfray, es el corazón de la película. La ambigüedad es la clave aquí. La película no ofrece respuestas fáciles ni soluciones definitivas. Nos deja con la inquietante duda sobre la veracidad de la relación, planteando preguntas sobre la naturaleza de la confianza, la manipulación y el poder que la percepción ejerce sobre nuestra realidad. El giro argumental, que se desarrolla de manera meticulosa y sorprendente, es el verdadero punto fuerte de la película. No es un "plot twist" convencional, sino una revelación lenta y perturbadora que pone en tela de juicio todo lo que hemos visto hasta ese momento. La película evita caer en clichés románticos, ofreciendo en su lugar una reflexión honesta y, a veces, incómoda sobre el amor y la obsesión.
En definitiva, "Stockholm" es una película inteligente, perturbadora y visualmente impactante que se queda con el espectador mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar. No es un entretenimiento ligero, pero sí una experiencia cinematográfica que valora la pena.
Nota: 8/10