De repente, solos (2023)

“De repente, solos” no es solo una historia de supervivencia, sino una meditación inquietante sobre la fragilidad de la conexión humana y la inevitable confrontación con nuestros propios miedos. Basada en la novela de Pierre Lemaitre, la película logra, gracias en gran parte a la dirección de Claire Denis, crear una atmósfera claustrofóbica y perturbadora que va más allá del simple thriller de naufragio. Denis, conocida por su mirada poética y su enfoque en temas complejos, logra transformar un escenario aparentemente sencillo en un espacio de intenso simbolismo psicológico.

La película sigue a Anne (Florence Forestier) y Samuel (Melvil Poupaud), una pareja que, durante un viaje en barco, se encuentra varada en una isla desolada, aparentemente deshabitada. La aparente soledad del lugar se convierte rápidamente en una prueba de fuego para su relación. No es la trama en sí misma lo que la hace interesante, sino la forma en que Denis explora las tensiones latentes entre Anne y Samuel. La isla, lejos de ser un refugio, se revela como un espejo que amplifica sus inseguridades y resentimientos. El ritmo de la película es deliberadamente lento, dejando que la incomodidad se acumule, y en ocasiones, parece que los personajes se enfrentan más a sus propios demonios internos que a las presiones externas.

Las actuaciones son, sin duda, uno de los pilares de la película. Forestier y Poupaud ofrecen interpretaciones magistrales, transmitiendo una creciente paranoia y desconfianza a través de miradas y gestos sutiles. La química entre los dos actores es palpable, intensificando la sensación de que cualquier cosa podría romper su relación. El trabajo de los actores está a la altura de la atmósfera que Denis construye, creando un ambiente de incomodidad constante. No se recurre a gritos o persecuciones; la amenaza reside en el silencio, en la incertidumbre y en la creciente sensación de que el otro podría traicionarlos.

El guion, adaptado de la novela, se enfoca en la introspección y la construcción de la atmósfera. La narración es deliberadamente fragmentada, saltando entre el pasado de los personajes y su presente en la isla. Estos saltos no son gratuitos; se utilizan para revelar la complejidad de sus relaciones y para sugerir que el trauma es una fuerza poderosa que puede moldear nuestra percepción de la realidad. Aunque el tema de la supervivencia es presente, la película explora con mayor profundidad la importancia de la memoria, el perdón y la necesidad de enfrentar nuestros errores. Denis no proporciona respuestas fáciles, dejando al espectador con la inquietante sensación de que la verdadera lucha es por dentro.

La fotografía, con sus tonalidades apagadas y la luz difusa, contribuye significativamente a la atmósfera opresiva de la película. El sonido, con sus efectos naturales y la música inquietante de Nils Frahm, complementa a la perfección la sensación de aislamiento y vulnerabilidad. “De repente, solos” es una película difícil, que exige paciencia y atención al espectador, pero que recompensa con una experiencia cinematográfica profunda y memorable. No es un espectáculo, sino una experiencia visceral que permanecerá en la mente mucho después de que los créditos finales hayan rodado.

Nota: 8/10