Sus grandes ojos marrones (1936)

“Sus grandes ojos marrones” (1947) no es una joya, como su título sugiere, sino una película atípica dentro del cine negro estadounidense de la época. Dirigida por Billy Wilder, un maestro del humor negro y la ironía, esta película se distingue por su peculiar mezcla de misterio, drama romántico y un toque de surrealismo que, a primera vista, puede resultar desconcertante para el espectador moderno.

Cary Grant, en un papel que explota a la perfección su talento para el sarcasmo y la elegancia, encarna a Danny Barr, un detective atormentado por el pasado y la muerte de su propio hijo. Su investigación sobre el robo de un valioso collar y el asesinato de un bebé lo sumerge en un laberinto de mentiras, secretos familiares y personajes oscuros. Wilder no rehúye de la complejidad psicológica, y Grant transmite con precisión la amargura, la frustración y la desesperación de un hombre que lucha contra sus demonios interiores. No se trata simplemente de un detective resolviendo un caso, sino de un hombre dividido entre el deber y la necesidad de confrontar sus propios errores.

Joan Bennett, como Eva Fallon, aporta una elegancia melancólica y una vulnerabilidad conmovedora. Su personaje, una mujer con un pasado turbulento y una conexión misteriosa con la víctima, es crucial para el desarrollo de la trama. La relación entre Danny y Eva es el corazón de la película, pero no se presenta de forma convencional. No es un romance idílico, sino una danza tensa entre dos individuos que se necesitan para desentrañar la verdad, aunque el precio sea personal. Bennett ofrece una actuación sutil y poderosa, con un palpable sufrimiento que contrasta fuertemente con la sonrisa radiante que a veces muestra.

Sin embargo, el verdadero éxito de "Sus grandes ojos marrones" reside en la dirección de Wilder. Él consigue un ritmo pausado, incluso contemplativo, que permite al espectador sumergirse en la atmósfera opresiva de la ciudad y en la psicología de los personajes. La fotografía de Joseph H. Leonard, con sus tonos grises y azules, contribuye a crear una sensación de melancolía y desesperación. Más allá de lo estrictamente detective, la película explora temas como la pérdida, la culpa y la corrupción moral, elementos que a menudo se encuentran enterrados bajo la fachada del género negro. Es un ejemplo de la habilidad de Wilder para subvertir las convenciones y ofrecer una perspectiva original incluso dentro de un género ya saturado.

La banda sonora, con la emblemática "Moonlight Waltz" de Dimitri Tiomkin, se ha convertido en un icono de la película, intensificando las emociones y creando un ambiente de suspense y fatalidad. Aunque el guion, escrito por Wilder y Philip Yager, a veces puede resultar un poco lento, su complejidad y sus giros argumentales mantienen la atención del espectador hasta el final. La película no ofrece soluciones fáciles ni finales felices; en cambio, presenta una visión sombría y realista del mundo, donde la verdad suele ser más oscura de lo que aparenta.

Nota: 7.5/10