Swieta krowa (2011)

“Swieta krowa” (La Noche de los Animales) no es una película que te entrega una experiencia cinematográfica lineal o fácilmente digestible. Es una obra sutil, melancólica y profundamente arraigada en la tradición rural polaca, que se presenta como un estudio del duelo, la soledad y la inevitable confrontación entre el pasado y el presente. La película, dirigida por Janusz Kijowski, se aferra a la lente de la realidad, evitando la grandilocuencia y la sentimentalidad excesiva, lo que le otorga una autenticidad palpable que la distingue de muchas producciones similares.

La interpretación de Robert Więckiewicz como Bogdan es, sin duda, el corazón de la película. Él no solo encarna la desesperación de un hombre que ha perdido todo, sino que también transmite, con una quietud inquietante, el primer resquicio de esperanza que emerge a través del trabajo manual y el contacto con la naturaleza. Es una actuación sutil, magistral en su imperfección, que evita el melodrama barato y se concentra en la observación de una evolución interna lenta pero constante. La relación entre Bogdan y su madre, interpretada por Hanna Rutkowska, es el núcleo emocional de la historia y Rutkowska logra comunicar con lucidez la angustia y la impotencia de una mujer atrapada en la incapacidad de comprender al hijo que ha perdido. Su presencia es un faro en la oscuridad que envuelve a Bogdan.

El guion, escrito por Kijowski y Bartosz Lisiewski, se basa en una premisa sorprendentemente peculiar: una vaca musical. Este elemento, al principio, puede parecer una concesión a lo absurdo y cómico, pero se revela como un detonante crucial para la transformación de Bogdan. La idea de que la música pueda surgir de lugares inesperados, de la simple interacción con la naturaleza y los animales, es un mensaje subyacente sobre la capacidad de encontrar la belleza y la conexión en lo ordinario. Sin embargo, el ritmo pausado y la falta de diálogos expositivos pueden resultar lentos para algunos espectadores, y el final, aunque evocador, no ofrece un cierre definitivo, dejando al espectador con una sensación de ambigüedad que, si bien es coherente con el tono general de la película, puede resultar frustrante.

La dirección artística y la fotografía, con una paleta de colores apagados y una iluminación natural, contribuyen a crear una atmósfera de melancolía y decadencia. La película no es visualmente llamativa, pero su fuerza reside en la meticulosa recreación de la vida rural polaca y en la atención al detalle en la representación de los personajes y sus emociones. La banda sonora, principalmente compuesta por sonidos ambientales y melodías tradicionales, refuerza la sensación de aislamiento y la conexión con la tierra. “Swieta krowa” no busca ser entretenida, sino provocar una reflexión sobre la vida, la muerte y la búsqueda de sentido en un mundo cambiante. Es una película que se queda con el espectador mucho después de que los créditos han finalizado, invitándole a contemplar la belleza y la fragilidad de la existencia.

Nota: 7/10