“Tango Shalom” es, ante todo, una película que busca demostrar que la pasión y la conexión humana pueden trascender las barreras más arraigadas, en este caso, las convenciones religiosas y socioeconómicas. La premisa, aunque sencilla, es un punto de partida rico para una exploración emocional que, aunque no siempre alcanza su máximo potencial, ofrece momentos genuinamente conmovedores y un espectáculo visual que roba el protagonismo.
La dirección de Mariano Lugones es clara y decidida. Logra mantener un ritmo constante, equilibrando la comedia con la sensibilidad. Hay un dominio en el uso de la cámara, que se desplaza con naturalidad entre las escenas de tango, las reuniones familiares y los momentos de tensión. La puesta en escena, cuidada en cada detalle, transporta al espectador al vibrante mundo del tango porteño y la atmósfera de la comunidad judía ortodoxa. Lugones no se conforma con lo evidente; explora sutilmente las complejidades de las relaciones familiares, la presión económica y la importancia de la tradición. A veces, se echa de menos un enfoque más experimental en la fotografía, pero la paleta de colores cálida y la iluminación, siempre con un toque nostálgico, contribuyen a la atmósfera envolvente.
Las actuaciones son, en general, sólidas. Marcelo de Robert, como el bailarín de tango desesperado, entrega una interpretación convincente, transmitiendo tanto la frustración como la determinación de su personaje. Su conexión con la música, que es fundamental en la película, es palpable. Gaby Fitel, en el papel del rabino, se muestra con una honestidad que le permite representar la rigidez de sus creencias con una mezcla de ternura y convicción. Sin embargo, algunos personajes secundarios, aunque bien interpretados, carecen de profundidad, lo que a veces diluye el impacto emocional de las escenas. El núcleo de la película, la relación entre el bailarín y el rabino, es el más resonante, un encuentro improbable donde la necesidad y la fe se encuentran en un punto de inflexión.
El guion, firmado por Mariana Di Giandomenico y Mariano Lugones, es donde la película encuentra sus mayores fortalezas y debilidades. La trama es agradable y tiene un potencial dramático considerable. El debate sobre la religión, la tradición y la adaptación al cambio es presentado de manera inteligente, sin caer en simplificaciones. No obstante, algunas de las situaciones se sienten un poco forzadas, y algunos diálogos, aunque bien intencionados, son un tanto artificiosos. La película aborda temas importantes como la cultura, la comunidad y la identidad, pero a veces se pierde en la búsqueda de una moraleja clara, lo que resulta en una conclusión un tanto apresurada. El ritmo, a pesar de la dirección competente, se siente a veces desigual, con momentos de gran intensidad y otros de menor impacto.
A pesar de sus fallos, “Tango Shalom” es una película que invita a la reflexión y al debate. Es un espectáculo de baile deslumbrante, una exploración de las creencias y un homenaje a la comunidad. No es una obra maestra, pero sí un entretenimiento agradable y un recordatorio de que la música, el baile y la conexión humana pueden unir a personas de diferentes mundos.
Nota: 7/10