Tarde de perros (1975)

“Tarde de perros” (Better Off Dead), la comedia negra de 1985 de Ethan Cohen, no es solo una película de atraco fallido; es un artefacto cinematográfico que, décadas después, sigue resonando con una frescura y una inteligencia que superan a muchas de sus contemporáneas. La película, que a menudo se clasifica como una comedia, es en realidad una inteligente sátira sobre las expectativas, la juventud, la violencia y las apariencias. No es simplemente una risa fácil, sino un viaje a través de la desesperación adolescente y la ilusión de la grandeza.

La dirección de Cohen es incisiva y precisa. Logra capturar perfectamente la atmósfera de desesperación y excitación que impregna la trama. Los planos son dinámicos y se mueven a un ritmo frenético, reflejando la creciente paranoia de los personajes principales. Cohen, además, no se limita a la acción, dedicando tiempo a desarrollar la caracterización de los personajes, dándoles una dimensión humana que trasciende la comedia absurda. Particularmente me impresionó el uso de la cámara a veces muy cercana, que contribuye a la sensación claustrofóbica de la situación.

El elenco es, sencillamente, excepcional. Meg Ryan, en su debut cinematográfico, entrega una actuación sorprendente, transformándose de una chica tímida e insegura en una heroína audaz y decidida en cuestión de minutos. Pero la verdadera joya de la película es Michael Keaton. Su interpretación de Johnny Swing es una maravilla, un torbellino de energía, paranoia y desesperación. Keaton maneja la complejidad del personaje con una maestría admirable, transmitiendo con la mirada y los gestos la profunda angustia de un joven que busca desesperadamente un sentido a su vida. La química entre Ryan y Keaton es palpable, y sus constantes interacciones son el corazón y el alma de la película.

El guion, coescrito por Cohen y Jack Mendelsohn, es lo que realmente eleva la película. La trama, aunque sencilla en su base, está repleta de giros inesperados y diálogos agudos y memorables. La película no rehuye la violencia, pero la presenta de una manera grotesca y humorística, subrayando la absurdidad de la situación. Lo que más me cautivó fue la forma en que la película utiliza el entorno de Brooklyn como un personaje más, con sus calles laberínticas y su atmósfera bulliciosa. El ritmo es impecable, manteniendo al espectador enganchado desde el principio hasta el final, e incluso después de que la “trampa” del atraco sea descubierta. La película no solo ofrece una comedia con una trama ingeniosa, sino también una crítica social sutil y perspicaz sobre los valores y las expectativas de la época.

En definitiva, “Tarde de perros” es una joya cinematográfica que merece ser redescubierta. Es una película inteligente, divertida y provocadora que sigue sorprendiendo al espectador a pesar de haber transcurrido casi cuatro décadas desde su estreno. Una película que demuestra que la comedia puede ser mucho más que simple entretenimiento.

Nota: 8.5/10