Té con Mussolini (1999)

“Té con Mussolini” es un drama histórico que se erige como un relato inquietante y, en última instancia, conmovedor sobre la fragilidad de la clase alta ante el auge del fascismo. La película, dirigida por Terence Davies, no ofrece un espectáculo grandioso ni una trama de acción, sino una disección meticulosa de la psicología de sus personajes y la atmósfera opresiva de la Italia de los años 30. Davies, conocido por su estilo particular y a menudo introspectivo, construye una narrativa centrada en la experiencia subjetiva, en los pequeños detalles que revelan la corrupción moral y la hipocresía de la época.

El guion, adaptado de la novela homónima de Margaret Leyton, se basa en la historia real de Mary, una joven inglesa que se convierte en una pieza fundamental en la vida de un niño italiano abandonado. Lo que inicialmente parece un drama de acogida familiar evoluciona hacia una reflexión sobre el poder, la influencia y la responsabilidad. La película no juzga explícitamente a sus personajes; en cambio, las presenta como seres complejos, impulsados por sus propios deseos y miedos. La ambición, la soledad y la necesidad de pertenecer son temas recurrentes, y la película las examina con una sensibilidad notable. El ritmo, deliberadamente pausado, permite que la tensión se acumule sutilmente, generando un impacto emocional considerable.

Las actuaciones son sobresalientes. Imogen Stubbs, como Mary, ofrece una interpretación magistral. Su personaje, una mujer elegante y refinada, se revela gradualmente como alguien vulnerable y manipuladora. Su relación con el niño, y más adelante con Mussolini, está cargada de una ambigüedad moral que impulsa la narrativa. El actor que interpreta a Mussolini, Jeremy Irons, aporta una presencia imponente y una frialdad calculada, destacando el poder implacable del dictador, sin caer en estereotipos fáciles. Los actores secundarios contribuyen a la autenticidad del ambiente, capturando la esencia de la sociedad florentina de la época con gran precisión.

La dirección de Davies es, sin duda, el punto más fuerte de la película. Su uso de la cámara, las luces y el sonido crean una atmósfera densa y claustrofóbica, que refleja el creciente clima de temor e incertidumbre. La fotografía de Christopher Sharp es particularmente notable, destacando la belleza melancólica de Florencia, pero también revelando los rincones sombríos y los edificios decadentes que simbolizan la decadencia moral de la época. Davies no rehúye la complejidad de la historia, ni intenta ofrecer una explicación simplista del fascismo. En cambio, se centra en las consecuencias humanas del poder y en la forma en que las personas se adaptan a circunstancias extremas. La película, por tanto, no es un manifiesto político, sino un ejercicio de observación psicológica profundo y perspicaz.

Nota: 8/10