“Teddy” no es una película para aquietar los nervios, ni tampoco una para dejarte con la mente en blanco inmediatamente después de verla. Es, sin embargo, una experiencia visceral y perturbadora que se aferra a la memoria como una garra. La dirección de Christian Berge es deliberadamente austera, casi quirúrgica, enfocándose en la lenta, insidiosa degradación del protagonista, Teddy, con una efectividad escalofriante. Berge evita los trucos baratos y los sobresaltos innecesarios, optando por una construcción gradual del horror que se basa en la incomodidad, el aislamiento y la creciente sensación de desasosiego. El uso del color, particularmente la paleta terrosa y opaca que domina la película, contribuye a crear una atmósfera de melancolía y claustrofobia, reflejando la situación desesperada de Teddy y el pueblo que lo acoge.
Anthony Bajon ofrece una actuación magistral como Teddy. Su transformación es el núcleo de la película, y Bajon la interpreta con una honestidad brutal. Observamos el dolor, el miedo y la pérdida de control en cada pequeño cambio físico y emocional. No se trata de una transformación caricaturesca o de efectos especiales grandilocuentes, sino de una representación cruda y convincente de la pérdida de la identidad. Noémie Lvovsky, como Christine, aporta una fuerza y un humor seco que contrastan con la desesperación general, actuando como un contrapunto vital a la progresiva locura de Teddy. Su relación con él, inicialmente marcada por la compasión y luego por una mezcla de fascinación y repulsión, es uno de los pilares dramáticos de la película. Sin embargo, Lvovsky no se limita a ser un personaje secundario; su propia historia y sus miedos internos son explorados con una sensibilidad sorprendente.
El guion, escrito por Berge y Philippe Aumont, es excepcionalmente inteligente. La película explora la fragilidad de la identidad, la naturaleza del miedo y la dificultad de conectar con los demás en momentos de crisis. La atmósfera rural francesa, con su aparente tranquilidad y su cierto aislamiento, se convierte en un personaje en sí mismo, intensificando la sensación de amenaza y de que nadie puede ofrecer una ayuda real. El ritmo, deliberadamente pausado, permite al espectador absorber la angustia de la situación y reflexionar sobre las implicaciones de la transformación de Teddy. No intenta dar respuestas fáciles, sino que plantea preguntas inquietantes sobre la naturaleza humana y la capacidad del miedo para corromper. Aunque a algunos podría parecer lenta, esta elección narrativa es crucial para lograr el impacto emocional deseado. La película no es simplemente un thriller de terror, sino una meditación sobre la pérdida y la soledad.
Nota: 8/10