Terroríficamente muertos (1987)

“Terroríficamente Muertos” (Terrifier 2) no es una película para espectadores sensibles, ni mucho menos para aquellos que buscan una experiencia cinematográfica refinada. Es, sin duda, un festín visceral y perturbador, un ejercicio de terror de bajo presupuesto que, contra todo pronóstico, logra generar una tensión constante y un impacto duradero. David Bruckner, a pesar de su reconocido talento en la dirección de obras como “Hereditary”, se ha aventurado en un territorio oscuro y extremista, y la apuesta visualmente es impresionante, a pesar de la limitación presupuestaria.

La película se construye sobre un concepto inicial simple pero inquietante: la reproducción accidental de una cinta maldita que desata una amenaza ancestral. El guion, aunque no particularmente complejo en su trama, se beneficia de su enfoque implacable y su ritmo frenético. Se centra en la sensación de claustrofobia, la pérdida del control y el horror implacable. El guion se alimenta de la anticipación y de la sorpresa, sorprendiendo con revelaciones impactantes y grotescas. Sin embargo, debo admitir que el guion carece de profundidad emocional, limitándose en gran medida a presentar la amenaza y a documentar las consecuencias de la misma.

La dirección de Art the Clown (Michael Ricci), el icónico payaso que protagoniza la película, es, sin duda, su punto fuerte. Ricci logra transmitir una presencia palpable, aterradora y deshumanizada. Su actuación es una mezcla de comedia macabra y horror absoluto, manipulando la cámara y los ángulos para crear escenas de genuina pesadilla. La utilización de efectos prácticos, en lugar de CGI, refuerza la sensación de realismo y de crudeza, convirtiendo cada encuentro con el payaso en una batalla por la supervivencia brutal. Las actuaciones del resto del elenco son competentes, cumpliendo su función de víctimas y de personajes que luchan desesperadamente por mantenerse con vida, pero no destacan particularmente.

Es importante reconocer que “Terroríficamente Muertos” no se propone como un filme cerebral. Su valor reside en su capacidad para generar miedo visceral, en su estética particular y en su espíritu de “gore” que, a pesar de ser exagerado, logra ser efectivo. La película juega con la sugestión, la ambigüedad y la repulsión, utilizando la violencia como herramienta para desconectar al espectador y sumergirlo en el horror. Sin embargo, la excesiva violencia puede llegar a ser agotadora y, para algunos, incluso ofensiva. Es una película que exige una mente abierta y una disposición a confrontarse con imágenes perturbadoras. No es un entretenimiento ligero, ni una experiencia para recomendarse a ciegas, pero sí para aquellos que buscan una experiencia de terror genuinamente visceral.

Nota: 7/10