Testigo de cargo (1957)

“Testigo de Cargo” (Witness for a Crime) es una película que, a primera vista, parece la típica historia de un hombre inocente acusado de un crimen que no cometió, un cliché del cine judicial. Sin embargo, detrás de la narrativa predecible se encuentra una pieza de dirección sutil y magistral que, a través de una atmósfera opresiva y actuaciones sólidas, logra mantener al espectador en vilo hasta el final. El director, Peter Brooke, no se conforma con la mera recreación de la tensión, sino que la cultiva a través de la meticulosa puesta en escena y una dirección de actores impecable.

La película se centra en Leonard Vole, interpretado con una fragilidad contenida por Sean Connery. Connery, lejos de recurrir a la grandilocuencia, ofrece una interpretación sutil y realista de un hombre dividido entre el miedo, la incredulidad y la desesperación. La película se interesa por explorar la psicología del personaje, mostrando sus dudas y vacilaciones mientras se enfrenta a una evidencia abrumadora. La dirección de Connery es crucial: transmite un miedo palpable, una duda razonable que permite al espectador empatizar con su situación. No es un héroe, sino un hombre vulnerable y con una vida que, sin saberlo, le acusa injustamente.

El guion, adaptado de la novela de Vance Kelly, es la verdadera joya de la película. Evita los tropazos y las explicaciones innecesarias. La trama se desarrolla con lentitud, permitiendo que la incertidumbre crezca progresivamente. El interrogatorio a la testigo, interpretado magistralmente por la joven y desconocida Jane Seymour, es uno de los momentos más tensos de la película. Seymour aporta una autenticidad desarmante a su papel, capturando la confusión y la angustia de una joven que presenció el crimen pero no está segura de lo que vio. La película juega con la percepción y la memoria, cuestionando si la testigo está realmente confiable y si su testimonio es absoluto.

La cinematografía, con una paleta de colores apagados y el uso predominante de sombras, contribuye significativamente a la atmósfera de inquietud y sospecha. La filmación a blanco y negro, aunque pueda parecer anticuada, otorga a la película un aire de formalidad y solemnidad que refuerza la seriedad del asunto. El diseño de producción es minimalista pero efectivo, destacando la opulencia de la mansión de la difunta, Lady French, como un contraste con la vida humilde y aparentemente anodina de Vole. La música, casi inexistente, se limita a reforzar sutilmente las tensiones emocionales en momentos clave.

Si bien la historia no es particularmente original, la ejecución es lo que distingue a “Testigo de Cargo”. Es una película que invita a la reflexión sobre la justicia, la percepción y el poder de la evidencia, y que, a pesar de su lentitud, consigue mantener al espectador cautivo. Es un ejemplo de cine judicial de alta calidad que demuestra que no es necesario recurrir a los clichés para contar una historia convincente.

Nota: 7.5/10