Texasville (1990)

“Texasville” es una película que se enfrenta a un desafío interesante: mantener la magia nostálgica y el encanto de “La Última Película” (The Last Picture Show) de Terrence Malick, a la vez que añade un elemento de secuela con un ritmo y una profundidad distintos. La película, dirigida por Jim McKay, no se asume como una imitación, sino como una reflexión sobre el tiempo, el recuerdo y el paso inevitable de la juventud. El contexto del centenario de un pueblo pequeño de Texas actúa como catalizador para la exploración de la memoria, los arrepentimientos y los sueños incumplidos de un grupo de amigos que crecieron juntos en la década de los 70.

Dirigida con sensibilidad y una paleta visual que evoca la atmósfera polvorienta y melancólica de los westerns clásicos, “Texasville” se centra en el regreso de Duane (Matt Dillon), que regresa a su pueblo natal para el centenario. Su presencia desencadena una serie de encuentros con personajes que ya conocía de su juventud, cada uno aferrado a sus propias historias y secretos. La película no se basa en la acción, sino en los diálogos íntimos y las conversaciones entre personajes que se miran fijamente, buscando una conexión y un entendimiento que quizás sea inalcanzable. La dirección de McKay es notable por su capacidad para crear un ambiente de quietud y contemplación, permitiendo que la historia se desarrolle a través de la observación y la implicación, en lugar de la narración directa.

El reparto es excepcional, con Matt Dillon entregando una actuación particularmente sutil y matizada, interpretando a un Duane que ha marcado el tiempo pero que aún está marcado por sus propias heridas emocionales. El resto del elenco, incluyendo a Sissy Spacek, Frederic Forrest y J.C. Maas, aporta una profundidad y una autenticidad a sus personajes, creando una sensación de familiaridad que es casi inquietante. Las actuaciones son realistas, sin sobreactuaciones, y reflejan la complejidad de las relaciones humanas, las expectativas no cumplidas y el peso del pasado.

El guion, escrito por James Townend, se distingue por su estilo poético y su capacidad para evocar imágenes vívidas y emociones profundas. Si bien el ritmo puede ser deliberadamente lento y contemplativo, se adapta perfectamente al tema central de la película: la reflexión y la memoria. No hay grandes giros argumentales o momentos de alto dramatismo. Lo que ofrece la película es una experiencia cinematográfica que requiere paciencia y una cierta disposición a dejarse llevar por el flujo de la narrativa. En resumen, “Texasville” es una película que no busca entretener, sino que busca conectar con el espectador a través de la evocación de la memoria y la exploración de los temas universales del tiempo y la pérdida. Es una película que, aunque no posee la fuerza inmediata de “La Última Película”, recompensa al espectador por su atención y compromiso.

Nota: 7/10