“That Evening Sun” (That Evening Sun) es una película que se instala en la memoria como un lamento amargo, un retrato perturbador de la soledad, el orgullo y la intransigencia. La película de Ang Lee, a pesar de su aparente sencillez narrativa, se revela como una exploración profunda de la condición humana, y me dejó con una sensación persistente de incomodidad, lo que, a mi juicio, es una señal de que ha logrado algo significativo.
La historia, centrada en el anciano Otis, interpretado con una magnificencia desgarradora por Richard Gere, nos presenta un hombre que, a sus ochenta y siete años, se niega a aceptar su destino en un asilo. Su anhelo de retornar a su granja, un símbolo de su vida y sus recuerdos, lo impulsa a un acto de rebeldía desesperada. Ang Lee construye un ambiente de opresión sutil pero constante, donde la burocracia y el conformismo asfixian cualquier intento de individualidad. La dirección es precisa y deliberada, favoreciendo planos largos y contemplativos que, paradójicamente, intensifican la tensión dramática. Lee no recurre a excesos de melodrama, sino que confía en la fuerza de la actuación y en la atmósfera para transmitir el conflicto interno de Otis.
Richard Gere ofrece una actuación increíblemente matizada. Su interpretación de un hombre consumido por la vergüenza, el dolor y una profunda necesidad de recuperar su identidad es absolutamente conmovedora. No se trata de un anciano rabioso, sino de un hombre roto, que se aferra a un pasado inalterable. La química entre Gere y Ray Liotta, que interpreta al nuevo dueño de la granja, es crucial para el desarrollo del conflicto. Liotta, como siempre, es efectivo, interpretando a un tipo desaliñado y con problemas, pero que, a su manera, ofrece una forma de compasión. La relación entre ambos es un ejemplo de cómo el guion, a pesar del núcleo de la historia, se puede centrar en el conflicto interpersonal, generando momentos de tensión y humor negro.
El guion, adaptado de una novela de David Gates, es inteligente y evita soluciones fáciles. El drama no se basa en la confrontación directa, sino en el silencioso enfrentamiento entre los dos hombres, en las miradas, en los gestos, en el entendimiento mutuo que lentamente se construye, aunque sea de forma tenue. El trabajo de los guionistas es notable por su capacidad para crear personajes complejos y convincentes, con motivaciones comprensibles, aunque no justificables. Se plantea, de manera sutil, preguntas sobre el legado, la responsabilidad familiar y la dificultad de aceptar el cambio. La película no busca dar respuestas definitivas, sino que invita a la reflexión.
Sin embargo, debo admitir que la película, en algunos momentos, se vuelve un tanto lenta. La insistencia en la contemplación puede resultar tediosa para algunos espectadores, aunque creo que esta lentitud es deliberada y contribuye al efecto general de opresión y soledad que la película busca transmitir. Es una película que exige paciencia y una disposición a mergulzar en el mundo interior de sus personajes.
Nota: 7/10