“La Bestia” (The Beast) es una película que se instala en la mente con una inquietud sutil pero implacable. Dirigida por Kornél Mundrucz, la cinta no se basa en la espectacularidad visual, sino en la construcción de una atmósfera opresiva y la exploración de las consecuencias devastadoras de suprimir la emoción humana. La historia, aunque aparentemente simple, plantea preguntas fundamentales sobre la naturaleza de la felicidad, la libertad y el precio de una sociedad “perfecta”.
La trama se centra en Adam (Miles Teller), un hombre aparentemente feliz que vive en una ciudad utópica donde los ciudadanos son sometidos a un proceso de “purificación” para eliminar sus emociones negativas. Adam trabaja como un “encargado de transporte” para el Proyecto de Purificación, un puesto que le permite interactuar con individuos que han pasado por este procedimiento. Sin embargo, su vida pacífica comienza a desmoronarse cuando conoce a Leah (Ruth Wilson), una mujer que ha sido excluida del sistema y que le susurra al oído la posibilidad de un mundo donde las emociones, aunque dolorosas, son válidas. La relación que se desarrolla entre ellos es el corazón de la película, y es aquí donde Mundrucz consigue generar una tensión palpable, basada no en persecuciones o violencia, sino en el miedo, la duda y la desesperación latente.
La dirección de Mundrucz es magistral. Manipula con maestría el ritmo, alternando momentos de calma forzada con imágenes perturbadoras y una banda sonora inquietante que refuerza la sensación de desasosiego. No recurre a clichés del género distópico; la amenaza no proviene de robots ni de un gobierno opresor, sino de la propia naturaleza humana, de la necesidad inherente de experimentar la vida en su totalidad, incluso con sus aspectos dolorosos. La película, en su esencia, es un estudio de personaje, un retrato de un hombre que se enfrenta a su propia inercia y a la búsqueda de algo más allá de la vacuidad del control emocional.
Las actuaciones son soberanas. Miles Teller ofrece una interpretación particularmente convincente, mostrando el conflicto interno de Adam con una sutileza impresionante. No se limita a representar la “felicidad” impuesta, sino que transmite la desesperación y la confusión de un hombre que se está ahogando en una ausencia de sentimiento. Ruth Wilson, por otro lado, aporta una fuerza y una vulnerabilidad innegables a Leah, su personaje es un catalizador para el protagonista, y su lucha por la autenticidad es profundamente conmovedora. El resto del reparto secundario, aunque con menos tiempo en pantalla, contribuye a la atmósfera opresiva de la película.
“La Bestia” no es una película fácil de ver. Es incómoda, perturbadora y a menudo frustrante. Pero es también una obra cinematográfica de gran valor, que nos invita a reflexionar sobre la importancia de la emoción, la libertad y la individualidad. La película deja una marca, una sensación persistente de que, quizás, la verdadera felicidad no reside en la ausencia de dolor, sino en la capacidad de sentirlo plenamente.
Nota: 8/10
