“The Boxer” (1997) de Jim Sheridan es una película que, a pesar de su sencilla premisa, emerge como un relato visceral y profundamente humano sobre la cicatrización, la redención y el peso del pasado. La historia de Danny Flynn, un ex-combatiente del IRA liberado tras décadas de prisión, que intenta reconstruir su vida en Belfast reabriendo un gimnasio, no es un melodrama grandioso, sino una disección sutil de las heridas emocionales y sociales que aún asolan la ciudad. Sheridan evita la glorificación del conflicto, presentándolo como un elemento omnipresente pero nunca central a la narrativa. En cambio, se centra en las consecuencias personales de la violencia, tanto para aquellos que lucharon en ella, como para aquellos que sufrieron sus efectos.
La dirección de Sheridan es notablemente natural y observacional. No recurre a artificios cinematográficos, sino que permite que la historia fluya a través de una serie de conversaciones íntimas y momentos de conexión genuina. La película está impregnada de un ambiente melancólico y de una gran sensibilidad, capturado a través de la fotografía en tonos apagados y de una banda sonora que, aunque discreta, acompaña con maestría la atmósfera de la película. Particularmente, la ambientación en el gimnasio, con su polvo, sus pesadas pesas y las gotas de sudor, se convierte en un microcosmos de la vida de Belfast, un lugar donde las promesas de futuro se mezclan con el dolor del pasado.
Colin Farrell, en su debut cinematográfico, ofrece una actuación absolutamente conmovedora como Danny Flynn. Su interpretación es magistral, transmitiendo la fragilidad, la ira, la esperanza y la soledad de un hombre que lucha por superar su propio demonio. Farrell no se limita a imitar la imagen de un boxeador; profundiza en la psicología de Danny, revelando la vulnerabilidad que se esconde bajo su fachada dura. La química entre Farrell y la también debutante Lesley McCahon-McNamee, quien interpreta a su antigua novia, es palpable y realista, aportando una profundidad emocional crucial a la película. La relación entre ambos, marcada por el amor perdido y la posibilidad de un nuevo comienzo, es un elemento central que eleva la película por encima de lo puramente dramático.
El guion, coescrito por Jim Sheridan y Nick Perry, es inteligente y delicado. Evita las simplificaciones y las soluciones fáciles, presentando los personajes con matices y contradicciones. La película no busca ofrecer respuestas fáciles al conflicto norirlandés, sino que se centra en las historias individuales de aquellos que han sido afectados por él. El ritmo, aunque pausado, es efectivo, permitiendo que la tensión emocional se acumule gradualmente. El guion logra transmitir el peso del pasado, la lucha por la identidad y la búsqueda de la redención con una honestidad brutal. La película no necesita grandes declaraciones para comunicar su mensaje; la fuerza reside en la honestidad y la empatía con sus personajes.
Nota: 8/10