“Los chicos de la banda” (The Boys in the Band, 1970) es mucho más que una simple comedia dramática; es un documento cultural, una ventana a un momento crucial en la historia de Hollywood y, en última instancia, en la comprensión de la comunidad LGBTQ+ en Estados Unidos. La película, adaptada de la obra homónima de Mart Crowley, no busca glorificar o sermonear, sino simplemente mostrar un grupo de hombres homosexuales, complejos y profundamente humanos, interactuando en un contexto de amistad, rivalidad y, por supuesto, deseo. Y lo hace con una honestidad y una audacia sorprendentes para la época.
La dirección de William Nederlander es impecable en su naturalidad. Evita el sentimentalismo excesivo y opta por un estilo documental, casi como si hubiera sido rodada con una cámara subrepticia. Esta estética le da a la película una autenticidad que es fundamental para su impacto. La cámara no interviene constantemente, permitiendo que las conversaciones, a menudo tensas y llenas de subtexto, se desarrollen de forma orgánica. N Nederlander logra capturar la intimidad de los personajes de una manera que es a la vez cómoda y desconcertante. Observamos sus gestos, sus miradas, sus silencios incómodos – elementos que denotan una experiencia real y compartida.
Las actuaciones son, sencillamente, magistrales. La película cuenta con un reparto excepcional, liderado por Alan Cumming, quien interpreta a Harold, el anfitrión de la fiesta, un hombre con una personalidad compleja, a la vez vulnerable y provocadora. La química entre los actores es palpable, y cada uno de ellos aporta una dimensión única a su personaje. Michael Shannon, Craig Bierman, Zachary Quinto y Andrew McCarthy son particularmente destacados. No se trata de actuaciones grandilocuentes, sino de interpretaciones sutiles y muy precisas, que revelan las inseguridades, los miedos y las aspiraciones de los personajes.
Lo que realmente distingue a “Los chicos de la banda” es su guion, escrito por Mart Crowley y adaptado por Donald Phelan. El guion se centra en la dinámica grupal, en las tensiones subyacentes, en las fantasías y en los miedos de los personajes. No hay un conflicto central, un gran evento o una resolución dramática. La película se centra en el proceso, en el desarrollo de la tensión, en la revelación gradual de las verdades ocultas. La escritura es inteligente, perspicaz y sorprendentemente conmovedora. La película es un retrato creíble de la complejidad de las relaciones humanas, independientemente del género. Es importante recordar que, para la época, la película representaba un paso adelante significativo en la representación de la homosexualidad en el cine, al no terminar en un final trágico, un cliché frecuente en la época. Simplemente muestra la vida cotidiana de hombres homosexuales, sin el melodrama ni el juicio moral.
En definitiva, “Los chicos de la banda” es un hito en la historia del cine LGBTQ+. No es una película perfecta, pero su honestidad, su sensibilidad y su retrato creíble de la amistad y la complejidad humana la convierten en una experiencia cinematográfica inolvidable. Es una película que sigue siendo relevante hoy en día, a pesar de haber sido realizada hace más de 50 años. Nota: 8.5/10