“The Cake Eaters” es una película que, contra todo pronóstico, logra evocar una sensación de melancolía persistente y una inquietud palpable. Dirigida por Del Riley, la película se anida en el paisaje rural de Georgia, transformándolo en un personaje casi tan importante como los protagonistas. La estética visual, con sus colores deslavados y paisajes interminables, contribuye a la atmósfera opresiva que impregna la historia. No es una película fácil de digerir, pero su sutil belleza y su exploración de las relaciones familiares problemáticas son, en última instancia, gratificantes.
Kristen Stewart ofrece una interpretación particularmente conmovedora como Sadie, la joven que lucha contra Friedrich’s Ataxia. Su actuación es discreta pero llena de matices, transmitiendo la vulnerabilidad y la frustración de una chica que se siente atrapada en su propio cuerpo y en las expectativas de su madre. La enfermedad que la aqueja no es sólo un elemento dramático, sino que está profundamente entrelazada con la dinámica familiar. La película se centra en la incomunicación, el miedo y la incapacidad de abordar las necesidades emocionales de los seres queridos. Sadie no busca la cura, sino una forma de conectar, de expresar su dolor y de reclamar un poco de autonomía.
Aaron Stanford aporta una presencia calmada pero firme como Caleb, el joven que interrumpe el aislamiento de Sadie. Su relación se desarrolla con una lentitud deliberada, casi como una danza en la que cada movimiento es cuidadosamente pensado. La química entre Stewart y Stanford es sutil y críptica, reforzada por la atmósfera de tensión que rodea su romance. No se trata de una historia de amor convencional, sino de una conexión profundamente arraigada en la comprensión mutua y la aceptación de las imperfecciones. La madre de Sadie, interpretada con una intensidad sombría por Allison Janney, es un personaje complejo y aterrador. Su control y su incapacidad para empatizar contribuyen a la sensación de encierro y desesperación que permea la película. Janney entrega una actuación magistral, mostrando un miedo paralizante a perder el control y a ver a su hija marchita por una enfermedad.
El guion, en su mayor parte, es contemplativo y evocador. Riley se abstiene de melodras excesivas, permitiendo que la historia se desarrolle a su propio ritmo. A pesar de la lentitud de algunos momentos, la película mantiene un cierto grado de suspense, sembrando pistas y dejando espacios para la interpretación. Sin embargo, la segunda mitad de la película podría haberse beneficiado de un desarrollo más explícito de la trama, evitando algunos momentos que se sienten ligeramente vacíos. La película, en definitiva, explora temas universales de la familia, el amor, la enfermedad y la búsqueda de la identidad, pero lo hace con una voz única y una sensibilidad que recuerda a las películas de Jim Jarmusch. Es una película que te queda en la memoria, no por su espectacularidad, sino por su capacidad para evocar emociones profundas y una sensación de pérdida.
Nota: 7/10