The Dark and the Wicked (2020)

“The Dark and the Wicked” es un thriller psicológico lento pero meticulosamente construido que, en última instancia, explora con una inquietante profundidad los temas del trauma, la familia y la naturaleza destructiva del pasado. La película, dirigida por Zak Cavill, no ofrece sustos fáciles ni giros argumentales espectaculares; en cambio, se sumerge en la atmósfera densa y opresiva de la granja familiar, creando una experiencia contemplativa, aunque a veces frustrantemente pausada, que deja un regusto amargo y persistente.

La dirección de Cavill es soberana. El uso de la luz y la sombra, especialmente en las escenas nocturnas, es exquisito y contribuye a la sensación de inquietud constante. La película se presta por completo a la caracterización visual, creando un espacio físico que es tanto un reflejo del estado mental de los personajes como un presagio de los horrores que acechan bajo la superficie. No se rehúye a la incomodidad, a la incomodidad visual y a las imágenes impactantes que, sin embargo, se integran con propósito en el tejido narrativo. La película evita la explotación gratuita del horror, optando por un enfoque más sutil pero igualmente efectivo. Es evidente que Cavill busca que el espectador sienta el peso del trauma y la desesperación.

Las actuaciones son, en su gran mayoría, excepcionales. Kieran Culkin, como el hermano más perturbado, Billy, ofrece una interpretación devastadora, transmitiendo la fragilidad y la creciente locura con una sutileza asombrosa. Su presencia en pantalla es constante, y su mirada llena de tormento es la más poderosa de la película. Sam Cooke, como su hermano, Caleb, complementa perfectamente a Culkin, aportando una reserva de fuerza y resistencia que contrasta con la inestabilidad emocional de Billy. La química entre los dos hermanos es palpable, alimentando el conflicto interno y la creciente sospecha que permea la trama. El resto del reparto secundario ofrece interpretaciones sólidas, aunque su papel, en general, es más limitado.

El guion, escrito por Zak Cavill y Kyle Landry, es donde la película alcanza su mayor fortaleza y, al mismo tiempo, su principal debilidad. La historia se desarrolla a un ritmo deliberadamente lento, lo que puede ser frustrante para aquellos que buscan acción o suspense inmediato. Sin embargo, este ritmo pausado es esencial para establecer la atmósfera opresiva y para explorar las complejas dinámicas familiares. Los diálogos, aunque a veces poco naturales, son efectivos para revelar gradualmente la historia oculta y las motivaciones de los personajes. El guion se adentra en la psicología de los personajes, ofreciendo reflexiones sobre la culpa, el remordimiento y la búsqueda de redención, aunque a veces estas reflexiones se sienten algo forzadas. La revelación final, si bien impactante, requiere una gran dosis de empatía por parte del espectador, y su resolución no es del todo satisfactoria, dejando algunas preguntas sin respuesta. La construcción del misterio, en cambio, es notablemente cuidadosa.

Nota: 7/10