The Good Girl (2002)

“The Good Girl” (La Buena Chica) de Mark Ruffalo es una película que, a pesar de su título irónico, se aferra a la oscuridad y la ambigüedad, ofreciendo una exploración perturbadora de la frustración, el deseo reprimido y la búsqueda de una conexión auténtica. No es una comedia romántica, ni siquiera una película fácil de digerir, sino una narrativa intensa y, en ocasiones, visceral que se centra en la complejidad del personaje de Justine, interpretado magistralmente por Carey Mulligan.

Mulligan aporta una actuación extraordinaria. Su Justine es una mujer atrapada en un matrimonio monótono y en una constante sensación de sentirse desvinculada de sí misma. La vulnerabilidad que transmite, junto con la irritabilidad y la frustración contenida, es palpable en cada escena. Su evolución, desde una mujer aparentemente resignada a su vida, hasta un personaje que busca desesperadamente una salida a través de la pasión y la aventura, es convincente y profundamente humana. Ruffalo, por su parte, logra equilibrar la figura del esposo aparentemente inofensivo con un indicio de incomodidad, sin caer en estereotipos. La química entre Mulligan y Ruffalo es sutil pero presente, construyendo una dinámica de matrimonio que se siente a la vez realista y claustrofóbica.

El guion de Lukas Kleiner es, sin duda, el punto central de la película. No busca una resolución sencilla. El ritmo es deliberadamente lento, permitiendo que la tensión crezca gradualmente, construida a través de miradas, silencios y momentos cargados de significado. La película se aferra a la incertidumbre, dejando al espectador con preguntas sin respuesta sobre la naturaleza del deseo, la lealtad y el amor. La representación de la vida de Justine en el trabajo, con el encanto inquietante de Holden (John Magaro), crea un contraste interesante con la rutina de su matrimonio. La película explora la idea de una "alma gemela" no en un sentido romántico tradicional, sino como una manifestación de una necesidad emocional reprimida. El uso del color en la cinematografía de Ben Davies, con una paleta predominantemente fría y apagada, refuerza esta sensación de desasosiego y aislamiento.

Aunque la película se beneficia de la actuación y la atmósfera, podría considerarse que, en algunos momentos, el guion se obstina demasiado en la ambigüedad, ralentizando el desarrollo de la trama. La falta de una explicación definitiva sobre la marihuana y su influencia es frustrante para algunos espectadores. Sin embargo, esta deliberada evasión es precisamente lo que hace de “The Good Girl” una obra memorable, un retrato incómodo pero revelador de la lucha interna de una mujer que busca desesperadamente encontrar un sentido en su vida. La película no ofrece respuestas fáciles, pero sí, nos obliga a confrontar nuestras propias preguntas sobre el amor, el deseo y la naturaleza de la felicidad.

Nota: 8/10