The Man Who Yelled (1992)

“The Man Who Yelled” no es una película que te espera a la puerta con un gran anuncio. Es, más bien, una pequeña joya, una anomalía en el panorama cinematográfico moderno que te atrapa por su originalidad y, sobre todo, por la innegable singularidad de su protagonista. Mo Willems, conocido por sus libros infantiles y su humor visual, demuestra que su talento se extiende más allá del papel; su interpretación de este hombre que, sin más razón aparente, grita a las personas es hipnótica y profundamente divertida.

La premisa, en principio, podría parecer ridícula. Un hombre que de forma aleatoria y aparentemente incontrolable lanza gritos estridentes a personas que cruzan su camino. Sin embargo, la película, bajo la dirección de David McKenzie (conocido por sus trabajos en “Juno” y “Charlie St. Just”), no se anda con rodeos. Se sumerge de lleno en la extraña vida del protagonista, explorando la lógica interna de su comportamiento sin caer en explicaciones rebuscadas o sentimentalismos innecesarios. McKenzie construye un universo particular, donde la absurdidad es la norma y la lógica, un invitado de honor. La dirección consigue mantener un tono ligero pero con matices, evitando que la película se vuelva excesivamente estrambótica, y se centra en la observación del personaje de Willems, permitiendo que el espectador interprete y, quizás, empatice con su situación.

La actuación de Willems es, sin duda, el corazón de la película. Su interpretación es sutilmente magistral. No se trata de un personaje caricaturesco, sino de un hombre genuinamente desconectado de la realidad, que se debate entre la necesidad de controlar su impulsividad y la aceptación de su peculiar don. Las expresiones faciales, el lenguaje corporal y la entrega emocional de Willems son impecables. El resto del reparto secundario, aunque con papeles relativamente menores, contribuyen a la atmósfera particular de la película, ofreciendo actuaciones sólidas y sin pretensiones.

El guion, escrito por Peter Glanzman y Paul Feig, es notablemente inteligente. No ofrece respuestas fáciles, sino que plantea preguntas sobre la autenticidad, el valor del talento y la mercantilización de la singularidad. La película explora la tensión entre la espontaneidad genuina y la manipulación económica, mostrando cómo la búsqueda del beneficio puede corromper incluso el don más inusual. La trama, aunque aparentemente sencilla, se desarrolla con una fluidez sorprendente, manteniendo al espectador enganchado hasta el final. La película evoca la obra de Wes Anderson, en su forma particular y sutil de crear un mundo a su medida, pero con un humor más accesible y directo.

En definitiva, “The Man Who Yelled” es una experiencia cinematográfica refrescante y memorable. Es una película que invita a la reflexión y, sobre todo, a la risa. Una historia que demuestra que, a veces, lo más extraño es lo que más nos conecta.

Nota: 8/10