The Messengers (2007)

“The Messengers” no es una película que deje una huella imborrable, pero sí que, de manera efectiva, logra crear una atmósfera de inquietud constante y un verdadero sentimiento de desasosiego. Dirigida con maestría por Jenni Garrigues, la película se beneficia enormemente de un ambiente rural, deliberadamente frío y desolado, que se convierte en un personaje más, un espejo de la creciente paranoia y aislamiento que experimenta la familia Solomon. Garrigues evita el uso excesivo de jump scares baratos, optando por un enfoque más sutil, basado en la sugestión y la lenta erosión de la cordura familiar. Este es un arte difícil de dominar, y la directora lo consigue con una paciencia admirable, construyendo la tensión a través de la iluminación, el sonido y la cinematografía, que juega constantemente con la luz y la sombra, el movimiento y la quietud.

La película se centra en la dinámica familiar, y las actuaciones son sólidas. El matrimonio de Caleb (Michael Hall) y Sarah (Samantha Morton) es palpable, marcado por un profundo respeto, pero también por una evidente distancia emocional. Hall, particularmente, ofrece una interpretación cautivadora de un hombre que lucha por mantener la normalidad ante lo inexplicable. La presencia de Ben, interpretado por el joven y extraordinariamente convincente Jonah Lotz, es el corazón de la película. Lotz transmite con una sencillez y vulnerabilidad innegables el miedo y la confusión de un niño que percibe algo que los adultos no ven. Morton, como siempre, ofrece una actuación naturalista y llena de matices, mostrando el lento desgarro de la cordura de una madre que intenta proteger a sus hijos de una realidad que, según ella, no existe. Sin embargo, la película se beneficia de las actuaciones de apoyo, especialmente de la de la abuela, interpretada por la siempre impactante Melinda Dillon, que aporta un aire de sabiduría y quizá, un presagio silencioso.

El guion, coescrito por Garrigues y el propio Lotz, es donde reside la mayor fortaleza de la película. Si bien la premisa central es cliché – la familia que se muda a un lugar aislado y es aterrorizada por fantasmas – la película se distingue por su enfoque en la psicología familiar y la interpretación subjetiva de la experiencia paranormal. No ofrece respuestas fáciles ni explicaciones lógicas. En lugar de eso, se centra en el impacto de la creencia en la realidad percibida por un niño, y cómo esa percepción puede alterar la dinámica familiar. El guion es inteligente y ambiguo, permitiendo que el espectador interprete la naturaleza de las apariciones y la verdadera causa de lo que sucede. La película plantea preguntas más que ofrece soluciones, dejando al espectador con una sensación de incomodidad persistente y una reflexión sobre la naturaleza de la fe, la percepción y la fragilidad de la familia. La película culmina en una secuencia final que, aunque impactante, es más un ejercicio de incertidumbre que de resolución narrativa, lo que puede resultar frustrante para algunos, pero que, en mi opinión, es precisamente lo que hace que la experiencia sea tan memorable.

Nota: 7/10