“El cartero siempre llama dos veces” (Originalmente “The Postman”), de James Mangold, es una película que no busca la espectacularidad, sino que se aferra a la quietud melancólica de la vida en la frontera, atrapada en el atardecer de la Gran Depresión. Esta no es una obra que te dará un bombazo de emociones en la primera mitad, sino que construye con paciencia y una fotografía deslumbrante su atmósfera de desesperanza y, a su vez, de una esperanza tenue y persistente. Mangold, conocido por sus proyectos de ciencia ficción épicos, aquí demuestra una notable capacidad para la narrativa introspectiva y la construcción de personajes.
Hugh Jackman entrega una actuación sublime, convirtiéndose en Frank Chambers, un hombre marcado por la pérdida y la incertidumbre. Jackman evita la teatralidad, sumergiéndose con total convicción en la fragilidad y el aislamiento de su personaje. Su Frank no es un héroe tradicional; es un hombre roto, que lucha por encontrar un propósito en un mundo que se ha desmoronado. La dirección de Jackman en la cámara, sus gestos y su mirada transmiten una honestidad brutal, que conecta profundamente con el espectador. Pero el papel no es solo para Jackman. Pfeiffer, como Cora, es igualmente brillante, capturando la desesperación y el resentimiento de una mujer atrapada en una vida que no eligió. La química entre ambos es fundamental para el éxito de la película, no se trata de romance en el sentido convencional, sino de un vínculo forjado por la necesidad y la compañía en medio del caos.
El guion, adaptado de la novela de Robert Daley, es sorprendentemente sencillo pero extraordinariamente efectivo. Mangold no se complica con demasiadas subtramas o giros argumentales. La historia se centra en el viaje de Frank, en la labor de correo que se convierte en un símbolo de esperanza en un lugar donde incluso las noticias son escasas. La película explora temas universales como el aislamiento, la pérdida, la búsqueda de significado y la fuerza del espíritu humano. No se ofrece una explicación fácil del “milagro” que Frank presenciará, permitiendo que el espectador interprete el evento a través de su propia lente. La película no es un mensaje moralista, sino una reflexión sobre la vulnerabilidad humana y la capacidad de encontrar un pequeño rayo de luz en la oscuridad.
La ambientación es, sin duda, uno de los puntos fuertes de la película. La fotografía de Roger Deakins es asombrosa, pintando un paisaje árido y desolador pero también hermoso y lleno de matices. La película evoca una sensación de tiempo suspendido, de un lugar donde la vida sigue su curso a un ritmo diferente al de la civilización. La música de Thomas Newman complementa a la perfección la atmósfera melancólica y el tono contemplativo de la película. Es un trabajo artístico que merece ser admirado.
En resumen, “El cartero siempre llama dos veces” es una película hermosa, reflexiva y profundamente conmovedora. No es una película fácil, pero sí una experiencia cinematográfica inolvidable que te acompañará mucho después de que los créditos finales hayan terminado de rodar. Es un retrato honesto y sensato de los efectos de la Gran Depresión, pero también, y quizás más importante, una historia sobre la búsqueda de la humanidad en medio de la desolación.
Nota: 8/10
