The Rolling Stones - Let's Spend the Night Together (1982)

“Let’s Spend the Night Together” no es simplemente un concierto filmado; es una inmersión total en el frenesí de la gira de los Rolling Stones de 1981. Hal Ashby, un director poco conocido pero sorprendentemente eficaz, se enfrenta el reto monumental de capturar la energía caótica y la pura libertad de una banda en su apogeo, y lo logra de una manera que a menudo es conmovedora y, a veces, hasta inesperadamente íntima. Ashby, acostumbrado a la comedia, demuestra una habilidad notable para ralentizar el ritmo del caos, permitiendo que la cámara se detenga en momentos clave, en las reacciones de la multitud y, lo más importante, en las caras de los miembros de la banda.

La película se beneficia enormemente de la perspectiva única que ofrece la filmación, utilizando, en su mayor parte, una única cámara que sigue a Mick Jagger a través del escenario. Esta elección, aunque a veces claustrofóbica para el espectador, crea una sensación genuina de estar allí, de ser testigo directo de la interacción entre Jagger y el público. La cámara se asoma a los amplificadores, captura el sudor y el brillo de las luces, y se desliza entre la multitud en busca de rostros que expresen la euforia, la sorpresa y la simple alegría de estar presenciando a los Stones.

La banda, en su máxima potencia, ofrece una selección impecable de sus canciones más emblemáticas, desde "Brown Sugar" hasta "Jumpin' Jack Flash". La actuación, en sí misma, es excepcional, pero la película va más allá de la mera ejecución musical. Muestra la dinámica interna del grupo: la mirada de Keith Richards hacia Jagger, el juego de miradas entre Charlie Watts y Bill Wyman, la tensión palpable durante las pausas. Ashby no intenta interpretar la música; se limita a registrarla con una naturalidad que permite que la música hable por sí misma.

A pesar de su éxito, “Let’s Spend the Night Together” no es perfecta. La edición es, en ocasiones, un poco recelosa y la banda sonora, que intenta compensar la falta de ambición en la postproducción, a veces se siente forzada. Sin embargo, estos pequeños defectos palidecen en comparación con el poder visceral de la experiencia que ofrece la película. El director, con su sensibilidad y una meticulosidad sorprendente, logra capturar no solo el brillo de los Stones, sino también el espíritu de una época, la libertad del concierto, la conexión entre la banda y la multitud. Es un documento invaluable de la historia de la música y de un momento crucial en la carrera de una de las bandas más importantes de todos los tiempos. Ashby, al final, nos regala un testimonio de pura energía y emoción, una experiencia cinematográfica que perdura mucho más allá del final de cada canción.

Nota: 8/10