The Room (2003)

“The Room” es, en el mejor de los casos, una experiencia. En el peor, una completa desconexión que te deja preguntándote si has estado durmiendo. La película, dirigida y escrita por Tommy Wiseau, es un enigma que ha trascendido el ámbito del cine de culto para convertirse en una de las representaciones más icónicas de la mediocridad cinematográfica. Y precisamente esa mediocridad es lo que la hace tan fascinante, tan perturbadora y, en cierto modo, tan admirable.

La dirección de Wiseau es absolutamente caótica. La cámara se mueve de manera impredecible, la iluminación es torpe y las situaciones se desarrollan con una lógica completamente ausente. No se busca, explícitamente, crear una atmósfera, sino simplemente mostrar lo que pasa. Y lo que pasa es, en esencia, un desastre. Las transiciones son abruptas, el sonido está pésimo y el ritmo es irregular, creando una sensación de inestabilidad constante que refleja el estado mental, más o menos claro, del protagonista, Johnny. La película no intenta ser algo más que lo que es: una recreación visual y sonora de la confusión y la frustración.

La actuación de Wiseau como Johnny es, cuanto menos, peculiar. Su interpretación es tan exagerada y poco natural que se convierte en una comedia involuntaria. No busca la sutileza, el realismo o la profundidad emocional. Su Johnny es un hombre bien intencionado, con una necesidad desesperada de ser querido, pero que además es increíblemente inepto en sus relaciones interpersonales. Las interpretaciones de los demás actores – Patricia Arquette como Lisa, John Turturro como Denny, Mark Shephard como Mark – son decentes, pero se ven constantemente eclipsadas por la presencia dominante y extraña de Wiseau. No es que sean malas actuaciones, sino que están atrapadas en una película que no las permite prosperar.

El guion, o la ausencia de él, es el elemento más desconcertante. Las diálogos son absurdos, las situaciones inverosímiles y la trama, si es que se puede llamar así, se desvía constantemente de un tema a otro. Se mezclan elementos de romance, drama familiar y comedia, pero ninguno de ellos se desarrolla de forma coherente. Las conversaciones son redundantes, los flashbacks improvisados y el ritmo es completamente irregular. La película parece haber sido escrita y filmada sin un plan claro, lo que le da a la vez una sensación de caos y una extraña honestidad.

A pesar de sus defectos evidentes, “The Room” posee una cualidad única: su capacidad para desconectar al espectador de la realidad. Es una película que te hace cuestionar todo lo que sabes sobre el cine y la narrativa. Es una película que te hace reír, llorar y, sobre todo, no poder dejar de pensar en ella. No es unánime, no es buena, pero es absolutamente inolvidable. Es un experimento, una locura, una obra de arte… o quizás solo una colección de grabaciones improvisadas. De cualquier modo, merece la pena verla al menos una vez, para entender el fenómeno que lo ha convertido en un objeto de culto.

Nota: 6/10