“The Selfish Giant” es una película que se instala en la piel de la frustración juvenil y la desesperación económica con una potencia inesperada. Dirigida con una sensibilidad casi documental por Robbie Duncan, la película no se atreve con la grandilocuencia ni la espectacularidad, sino que se centra en la microhistoria de Arbor y Swifty, dos jóvenes desahuciados que se ven arrastrados por las circunstancias y, sobre todo, por la mirada carismática y depredadora de Kitten, el dueño de una chatarrería. Duncan consigue crear una atmósfera opresiva, donde la lluvia constante y los colores apagados reflejan la monotonía y la falta de perspectivas de sus personajes.
El guion, en gran medida, se basa en la fuerza de la sugestión y la construcción sutil de personajes. No hay explicaciones abundantes, ni discursos sobre la moralidad. El conflicto emerge de la gradual erosión de la integridad de Arbor, quien observa con creciente horror la creciente involucración de su amigo en una actividad que le parece deshonesta. El personaje de Kitten, interpretado con una sutileza inquietante por parte de James Miller, es especialmente inquietante. No es un villano abiertamente malvado, sino un hombre que prospera a costa de la desesperación ajena. Miller transmite una mezcla de ambición, astucia y una extraña forma de compasión, lo que hace que su personaje sea, al mismo tiempo, repulsivo y sorprendentemente humano.
Las actuaciones son sólidas en general, pero la interpretación de Lewis Davies como Arbor es particularmente memorable. Davies logra capturar la angustia de un joven que lucha por mantener su propio código ético frente a la presión social y la necesidad de supervivencia. Su mirada es el eje central de la película, transmitiendo una mezcla de resentimiento, confusión y, en última instancia, un profundo sentimiento de pérdida. La relación entre Arbor y Swifty, interpretado por Ben Carter, es el corazón de la narrativa. Su amistad es genuina, pero también está teñida de una dinámica de poder que se intensifica a medida que la trama avanza.
La dirección de Duncan es magistral en la forma en que utiliza la escenografía y el simbolismo. La chatarrería de Kitten se convierte en un microcosmos de la decadencia y la oportunidad. Las carreras de sulkys, con sus apuestas y sus caballos, representan una forma de escape, una esperanza ilusoria. La lluvia, un elemento recurrente, actúa como un símbolo de la tristeza y la melancolía que se cierne sobre la película. La película no ofrece respuestas fáciles, dejando al espectador con la sensación de que la verdadera tragedia reside en la incapacidad de los personajes para encontrar un camino hacia la redención.
Duncan crea una atmósfera densa y perturbadora que se queda en la memoria mucho tiempo después de que terminan los créditos. “The Selfish Giant” es una película que invita a la reflexión sobre la naturaleza de la ambición, la amistad y la responsabilidad. No es un entretenimiento fácil, pero sí una experiencia cinematográfica profundamente conmovedora.
Nota: 8/10